Hieronymus Bosch, El jardín de las delicias, c. 1490–1510. Museo del Prado, Madrid.
Me da mucho gusto estar de regreso con ustedes. He estado trabajando en un nuevo proyecto que me emociona muchísimo… y también me aterra. Estoy escribiendo en un género que nunca había explorado, y en ello hay cierta libertad, pero también temor de estar en terrenos nuevos de la creación.
Como parte del proceso, he estado participando en el taller Transfronterizo con la escritora uruguaya Ana Lissardy, una excelente tallerista con más de una década de experiencia, que describe el taller como: “técnicas de escritura para convertir un texto en una experiencia sensible. Vamos de las herramientas formales de escritura hacia la desarticulación completa de las mismas, para encontrar espacios que nunca habíamos explorado.”
Gracias a estos encuentros semanales, me he dado permiso de transitar nuevas formas de escribir. Y aunque sigo siendo el mismo escritor, con los mismos hábitos e imaginario, los ejercicios de Ana me han ayudado a darme permiso de quebrarme, de dejar entrar la posibilidad y la imaginación a las historias que estoy desarrollando.
Aquí les comparto el primer texto corto que escribí en el taller, junto con algunas de las pautas ofrecidas por Ana. Aunque ya llevamos varias semanas de trabajo, voy a compartirles un par para que me digan qué opinan y si se les ocurre algo nuevo que escribir a partir de ellas. También, si les interesa participar en sus talleres, háganmelo saber, con gusto los pongo en contacto con ella.
Les agradezco por apoyar La Bella Práctica, y a los suscriptores de paga, gracias por su generosidad, la cual me ayuda mucho a seguir en este esfuerzo de crear y compartir.
¡Nos leemos pronto!
En este primer ejercicio, Ana contextualizó el trabajo hablando de la violencia y de la manera en que escritores latinoamericanos la han abordado en las últimas décadas. Nos invitó a pensar en el primer recuerdo que tuviéramos relacionado con la violencia, y a utilizar tres géneros o registros literarios para escribir lo que nos viniera en mente. Les comparto lo que escribí en los 20 minutos del ejercicio, en una versión editada para mejorar su lectura.
Las Cochinillas
En plano detalle, la cámara capta un documento en el suelo con una piedra encima. El documento dice “Reglas para las carreras bolita”:
No uzar otros bichos
No matar cochiniyas de otros
No aogar cochiniyas
No cochinllas en casa
No golpearse
Julio se sentaba en cuclillas para no mancharse las rodillas. Su mamá lo regañaba cuando regresaba a casa con el pantalón del uniforme escolar sucio. Llegaba tarde del trabajo y no tenía tiempo para lavar, ni dinero para comprarle un segundo cambio.
Su amigo Pango parecía encontrar las cochinillas más veloces. Los dos se doblaban sobre las macetas de los vecinos, y, recogiendo puños de tierra húmeda, encontraban los bichos hechos bolita para protegerse. Los iban poniendo en un vaso de plástico hasta encontrar el que pensaban sería el bueno, el que participaría en la carrera final.
En una toma de plano general se ven dos niños jugando en la banqueta de un barrio. El día está soleado; la toma capta casas de clase media en algún lugar de Latinoamérica.
“En sus marcas, listos, ¡fuera!”, gritaban mientras el sol iba perdiendo la batalla, y su tímida luz les hacía verse más morenos. Jugaban a armar el establo de cochinillas todo el día, entrenándolas y animándolas para que hicieran el mejor trabajo posible en la carrera final.
Pango iba editando la hoja arrugada de reglas cada vez que tenían un conflicto. Era evidente que cada uno de los mandatos los iban agregando al paso. Julio conocía las reglas, pero no podía confirmar el contenido del documento porque aún no sabía leer.
Sabían que eran los últimos minutos del día y tenían que organizar la última carrera. Se fueron a la casa en eterna construcción, un lugar en el que no encontraban cochinillas por la falta de tierra húmeda, pero que les servía para armar los carriles por los que sus bichos competirían. La construcción de ladrillo, sin techos ni enjarrados, tenía un pasillo largo que habían dividido por la mitad con una tabla. Hacía más de un año que nadie había puesto un ladrillo más, y las varillas de las primordiales columnas picaban el cielo.
Cada uno traía el vaso de plástico con las cochinillas confundidas: unas intentando escapar, otras en forma de esfera, esperando a que el momento terminara. Comenzaron a buscar a la que pensaban sería la representante de la primera contienda.
—Dos de tres— dijo Pango.
Julio asintió mordiéndose el labio inferior, mientras movía a los bichos con los dedos de uñas mugrosas y recién cortadas, intentando escoger la primera cochinilla.
Pzzzzzzz… se escucha un sonido vibrante. Se abre el marco; vemos a dos niños parados en la entrada sin puertas de un edificio abandonado. Afuera comienza el atardecer.
[Handheld]. La cámara busca el origen del sonido y hace zoom in al techo del pasillo. Se ve un pequeño nido gris pegado a la pared. Un colibrí parece flotar.
—¿Qué es eso? —pregunta Julio.
Los dos abren los ojos con miedo e intentan descifrar el origen del sonido.
Pzzzzz. La cámara encuentra a otros colibríes en el pasillo y los sigue. Parecen abejas de lo pequeños que son. El sonido vibrante se vuelve más fuerte por la acústica del pasillo. Después de unos segundos, uno de los niños cae y comienza a convulsionarse. La cámara se acerca y capta al otro niño intentando detener las convulsiones de su amigo. Sin otro sonido que el zumbido, se ve que el niño le grita desesperado. La cámara comienza a hacer zoom out; el niño se levanta y sale corriendo.
La cámara continúa el zoom out, abriendo el marco. Se aprecia al niño inconsciente en el suelo, unos vasos de plástico tirados, cochinillas por todo el piso, las aves como enjambre, el sonido vibrante, la construcción de ladrillo, las casas vecinas, el barrio, una ciudad a lo lejos, el sol metiéndose.
Blackout. Una luz comienza en el centro e inunda toda la imagen de blanco. Se escucha la voz de Julio:
—¿Qué pasó, mamita? ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy, qué es este lugar? ¿Qué es ese sonido?... ¿Pango, dónde estás? No veo nada, todo está blanco. ¡Pango!, ¡mamá!, ¡ayuda! ¡Alguien, por favor! ¡Ayúdenme!
¿Tú qué escribirías con la pauta ofrecida por Ana?