Priscilla Alexa Macías Mojica, Sin muros ni fronteras (2024), collage análogo. @alexamacias.m
Es un gusto estar de regreso con ustedes. Esta semana la alegría es doble, porque por primera vez, La Bella Práctica recibe a un invitado.
Jonathan Pérez Juárez, escritor radicado en Tijuana, nos comparte un ensayo sobre la creación desde la frontera.
Gracias por acompañarme durante este primer año del proyecto —y en especial a quienes han apoyado como suscriptores de paga. Ese respaldo me permite compensar el trabajo de artistas invitados como Jonathan, y seguir cultivando este espacio con nuevas voces.
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¡Nos leemos pronto!
Apuntes para una escritura fronteriza
De niño creía que la frontera era una leyenda, un ser mágico, algo de lo que muchos hablaban pero que nunca había visto. Crecí en la Zona Este, la periferia de Tijuana, y aunque nunca estuve en la garita del Chaparral o de Otay, tenía conocimiento de ellas porque mi papá cruzaba a diario por trabajo. El único indicio que tenía de su existencia física era ese gusano de metal que serpenteaba entre los cerros. No fue hasta mis veintes que saqué la VISA que pude cruzar para sorprenderme porque San Diego (o al menos la zona de San Ysidro) seguía siendo México en esencia. Al cuestionar mi reacción recordé algo que de tan evidente se volvió invisible: California alguna vez fue parte de mi país.
En su libro Borderlands, Gloria Anzaldúa escribe: “Este es mi hogar / este fino borde de / alambre de púas, / Pero la piel de la tierra no tiene costuras”.
No me interesa hablar sobre Estados Unidos (aunque eventualmente termino haciéndolo), sino sobre la periferia, ese espacio que, aunque me aleje de él y viaje a otros estados, otros países, al igual que el destino, siempre me alcanza. Aquí he estado desde que tengo memoria, entre sus carreteras y avenidas, sus sinsentidos y sus encuentros. Creo que quien ha vivido en el borde de cualquier lugar reconoce lo que implica aferrarse con las uñas a un pedazo del mundo, soñar con hacerlo suyo, aunque muchas veces es solo eso, un sueño.
¿Mi escritura es fronteriza solo por nacer aquí, aunque no aborde el muro?
La periferia de Tijuana es una contradicción: es el sur del Norte, el Este del Noroeste.
Podría hablar de cualquier otro tema, desde cualquier otro enfoque más “vendible”, menos “difícil”, pero qué ironía que ahora son justo los temas “periféricos” por los que están apostando las editoriales, los que dominan el discurso. Adjetivos como “visceral”, “crudo”, “desgarrador”, “provocador”, “contundente”, “socialmente comprometido”, y “subversivo” muchas veces son escritos en los cintillos de los libros que se publican en la actualidad con el objetivo de intentar legitimar y asegurar el éxito monetario. Esto me lleva a cuestionarme, ¿soy un oportunista más? ¿O estoy enunciando desde lo auténtico?
Parece que ahora todos quieren ser periféricos sin dejar el centro.
¿Cómo se construyen puentes con textos que describen murallas?
A veces me pregunto cuántas barreras han derrumbado mis palabras, y cuántos muros levantaron sin querer.
Es marzo y afuera llueve. En una ciudad como esta, compuesta en su mayoría de cerros, subidas y bajadas, eso significa que alguien, al menos una familia, perderá su hogar. Y no hablo de los refugios de cartón. Las calles tienden a desmoronarse por el suelo inestable. Los que habitamos aquí nos quebramos igual, ya sea por los recuerdos que no migran como nosotros, sino que se quedan kilómetros atrás, por el cansancio del trabajo, y por el cansancio de no encontrar trabajo, o simplemente por el peso que implica saber que, por más que lo intentemos, no seremos capaces de resanar una casa que ha nacido partida a la mitad.
Durante cuatro años trabajé en un medio periodístico digital que cubría temas de seguridad, migración, política y cultura. Por la mala praxis del director, además del nulo involucramiento e interés de los dueños, el medio se hundió antes de que pudiera despegar. Luego de varios meses la página web caducó, y con ella se fueron varias reseñas y reportajes que hice. A la información también le pueden ocurrir deslaves que no solo modifican su cartografía, sino que la borran por completo.
En su poema El arte de perder, Elizabeth Bishop escribe: “El arte de perder se domina fácilmente; / tantas cosas parecen decididas a extraviarse / que su pérdida no es ningún desastre. / (...) / Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aun más: / algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente. / Los extraño, pero no fue un desastre”.
Vivo en Natura, una colonia donde para entrar hay que pasar por retenes de la Guardia Nacional. Donde hay balaceras y asesinatos, donde hay fosas clandestinas a unos pasos de edificios habitacionales. Donde todos los esfuerzos para aminorar la violencia han sido en vano. Lo que Natura no da, el Estado no lo salva.
Mi mamá dejó Michoacán, y mi papá Veracruz cuando eran jóvenes en busca de un buen porvenir. El punto medio fue el norte. Supongo que también migraré algún día. Varios me han dicho que si busco progresar en mi carrera literaria debo mudarme a la CDMX, o como yo la llamo, la Ciudad Esmeralda. La idea me ilusiona tanto como me aterra. ¿Mi escritura seguirá siendo fronteriza una vez que ya no resida de este lado?
Si algo me gusta de Tijuana, es que constantemente estamos saltando los límites, y no hablo de los materiales, sino de los sociales. Constantemente las personas de color, queer, o que ejercen el trabajo sexual, atraviesan las fronteras de la raza, el género, o la moral, muchas veces por gusto, pero la mayoría por sobrevivencia.
En su libro No quiero escribir no quiero, Luis Humberto Crosthwaite escribe: “Al fin y al cabo, lo demuestra la Historia, no son edificios ni monumentos los ingredientes esenciales de una historia. Esos simplemente subsisten o se derrumban. (...) Son los recuerdos, ese manantial abstracto, a diferencia de las construcciones, los que permanecen para siempre y no se incendian”.
Pienso en el argumento de una novela situada en el futuro. Una civilización que se encuentra a milenios de distancia de la nuestra descubre los vestigios de una malla de metal enterrada en el desierto. Al investigar, descubren que se trata del límite divisorio entre dos territorios. La científica encargada del hallazgo cuenta con la habilidad de escuchar el alma de los objetos al tocarlos. Cuando entra en contacto con los restos, presencia el pasado trágico de miles de personas desde la voz de la frontera misma. Esta novela no la voy a escribir yo.
Mi casa está a un paso de un acantilado. Y pese a que esta orilla me obligue a vivir en un ahora sin presente, sé que más allá del acantilado está la playa, y más allá, el mar.
De todas las teorías que existen en torno a Baja California, mi favorita es la que asegura que un día el estado se partirá, separándose del continente. Quizá eso ocurra cuando la falla de San Andrés por fin estalle. Me gusta la idea de vivir en una isla, donde lo que me confine sea la naturaleza, y no los márgenes impuestos por el hombre.
Lo único que tengo claro es esto: para que una escritura sea considerada fronteriza no debe escribir de la frontera, sino en ella.
Jonathan Pérez Juárez (1999. Tijuana) es Licenciado en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la UABC. Becario del programa ‘Talentos Artísticos: Valores de Baja California’ del ICBC en 2017 y 2018. Fue alumno de la segunda generación del diplomado de Escritura Creativa y Crítica Literaria de la UNAM (2022 - 2023). Asistió a la residencia artística Under The Volcano en Tepoztlán en enero de 2025. Colabora en diversas plataformas como Punto de Partida UNAM, Revista Armas y Letras UANL, Neotraba y Codicegrafía. Participó en el evento “Poéticas actuales en la frontera de Tijuana- Estados Unidos” del simposio internacional ‘Exploring Borders’ a través de la fundación UNAM, en colaboración con Université Grenoble Alpes y Università di Genova.
IG - @jonperezjuarez