Foto: Luis Ávila
Esta es la última práctica que escribo para la serie ¿Por qué votar?, y originalmente la había titulado, ¿Cómo llegamos aquí?. Mientras trabajaba en el texto hoy, me enteré de que Donald Trump fue víctima de un atentado contra su vida, y decidí mantener el título, aunque modificar un poco el contenido. La idea sigue siendo la misma: la situación política que vivimos no comenzó con Trump, y aunque él ha acelerado un proceso social que parece llevar a la democracia más rica del mundo a lugares inciertos, la realidad es que esta miasma política en la que vivimos es producto de algo más grande, de la acumulación de descontentos.
A principios de los 2000, recién llegado de México a Phoenix, trabajé en un servicio de catering. Conducía a casas o salones de fiesta para preparar todo y asegurarme de que la comida estuviera caliente y la gente se la pasara bien. Una de esas noches, me tocó organizar los alimentos en una fiesta privada donde la mesa que atendía estaba ocupada por Joe Arpaio, el sheriff del condado Maricopa. Después de varias veces en las que visité su mesa, me preguntó mi nombre y de dónde era. Le respondí, y me contó que había trabajado en la DEA en México y que, justo en esos días, estaba investigando el caso de lo que parecía ser un asesino serial que estaba matando a gente mexicana en las afueras de la ciudad.
“Conocí al sheriff, se llama Arpaio”, le conté a mi mamá esa noche que regresé a casa. “Dice que le caen muy bien los mexicanos por trabajadores”. Le dije con una sonrisa de orgullo. Poca gente me notaba cuando recogía platos o servía algo nuevo en la mesa, y mucho menos mostraba interés en saber de mí. Me cayó bien el viejo; mostró curiosidad por quien le estaba sirviendo, por mi comunidad, y me hizo sentir visto, hasta protegido. En esos años, Arpaio salía en las noticias por temas de protección a animales y apenas comenzaba el teatro de burlarse de los detenidos en sus cárceles. Nunca imaginé que años después este hombre se iba a convertir en el terror de la comunidad inmigrante, un abusador oportunista que haría su carrera política a nuestras costillas, y que muchos de nosotros dedicaríamos años a intentar derrotar, y lo haríamos, aunque después fuera perdonado por Trump.
Mientras veía el noticiero el día de hoy, después de enterarme de que Trump había sido rozado por una bala en la oreja derecha, recordé el episodio de haber conocido al sheriff. Recordé cómo una figura tan maligna me había hecho sentir humano con el simple hecho de reconocer mi existencia. Me di cuenta de que al escuchar a los entrevistados, al verlos desencajados, asustados y confundidos, me hizo ver su humanidad, algo que no el ambiente político permite poco. Al verlos, me recordé que para ellos el candidato a la presidencia del partido republicanoes la figura política que han estado esperando por años, un hombre que representa un freno a la tendencia de la erosión de poder que viven sus comunidades, alguien que los hace sentirse vistos, escuchados y protegidos.
El imaginario estadounidense se ha aferrado a describir a las personas que apoyan a Donald Trump como seres ignorantes, racistas, personas cegadas por la celebridad que pueden perdonarle todo. Y sí, es evidente que muchos de sus seguidores podrían caer en esta categoría (podría decir también algunas de estas cosas de los demócratas), pero pocas veces hablamos de las razones por las cuales la poderosa base política que ha construido Trump está teniendo éxito.
Hay un evidente descontento con un sistema que ha dejado a muchos atrás, y aunque esta ha sido una realidad crónica para comunidades Negras e Indígenas desde la creación del país, la percepción de que personas de zonas conurbadas y rurales están perdiendo terreno, y de que tienen una figura fabricada justo para el momento, ha hecho que Trump se convierta en la esperanza de muchos para ver un cambio radical en el sistema. Y desde que dejó la presidencia, ha convencido a otros de lo mismo, de que él es la persona que tomará el gobierno que nunca les ha funcionado, y lo destruirá para beneficiar a los que le siguen. Este mensaje, desafortunadamente, ha permeado también en distintos grupos de minorías raciales y étnicas de los Estados Unidos, y con el tiempo, más están siendo seducidos por la oportunidad de revolución.
Se dice que hubo un tiempo en los Estados Unidos en el que se podía vivir bien con un trabajo de tiempo completo. Era posible comprar una casa con un solo salario, obtener un carro, mandar a los hijos a la universidad sin acumular deudas y hasta ahorrar para emergencias y la jubilación. Aunque no tengo familiares que puedan verificar esto, es evidente que desde hace algunas generaciones, es casi imposible sentir que estamos construyendo bienestar generacional con las condiciones y oportunidades actuales.
Las grandes empresas siguen creciendo sin fin aparente, y los salarios de los CEOs y sus ejecutivos son inmensamente más altos que los de las familias trabajadoras. Cada vez más personas tienen que suplementar sus ingresos vendiendo productos, manejando a extraños en sus tiempos libres o realizando cualquier otro "side hustle" para que el dinero les alcance.
Estados Unidos ha experimentado un serio declive en la equidad de ingresos. Aunque el desempleo está en niveles históricos y las personas de bajos recursos han podido generar más ingresos gracias al incremento del salario mínimo, los costos de la vivienda, la salud y la educación se han disparado. Esto ha creado una brecha cada vez más amplia entre los que comienzan con poco y los que nacen en familias con bienes.
Desde los años 80, se siente aún más la inequidad debido a cambios en las políticas federales que han permitido a los ricos convertirse en multimillonarios sin pagar impuestos proporcionales. Mientras tanto, la gente trabajadora ha perdido beneficios esenciales como las pensiones, el acceso a vivienda asequible y salarios que realmente alcancen para vivir en la mayoría de las ciudades.
Donald Trump no es la persona que va a cambiar estas tendencias. Él es simplemente un síntoma de la enfermedad. Un hombre de negocios que promete defender a las personas que lo apoyan, cuando la gran mayoría de sus políticas están hechas para apoyar a los pocos que tienen mucho. Tal es el caso de su propuesta de reducir los impuestos a los más ricos, quienes ya pagan menos impuestos que todos nosotros, y lo cual continúa ampliando la inequidad económica que existe en el país. Para poder crear bienestar, tiene que haber inversión, y si todo el dinero está acumulado arriba, entonces acá abajo no podemos avanzar. También se ha declarado a favor de incrementar las tarifas de importación, las cuales benefician a países productores como México, y que podrían incrementar los precios de productos de uso diario.
Pero lo más peligroso de Trump no son sus posiciones en política económica. Lo más preocupante es que el ex-presidente viene con la intención de "limpiar casa". Esto quiere decir despedir a todo aquel empleado que no esté de acuerdo con su visión de gobierno, convirtiendo su mandato en algo muy cercano a un soberano dictador, alguien a quien no se le puede decir que no. Aunado a que la Suprema Corte lo declaró inmune a los crímenes que cometa durante la presidencia, Trump sería el presidente más poderoso en la historia reciente de los Estados Unidos. Esta es una realidad aterradora si eres parte de las comunidades a las que les ha declarado la guerra.
Y es que si Trump fuera elegido, no viene solo. En su primera elección, Trump no tenía el apoyo del partido republicano y sus instituciones. Entró sin un equipo grande y se topó con personas que lo contradecían en cuanto a sus posiciones más peligrosas. En esta ocasión, Trump viene con un ejército de consejeros, algunos de ellos personas que se han declarado abiertamente contra grupos minoritarios y contrincantes políticos, y a estas alturas no se sabe si Trump es la máscara o la cara. A los conservadores se les hace agua la boca, saborean una victoria y se están preparando para ella. Tal es el ejemplo del Proyecto 2025, un documento de más de 900 páginas que detalla paso a paso cómo tomarán control de la Casa Blanca, los empleados del gobierno, los poderes judiciales y, de paso, avanzar una visión de país que retrasaría derechos que hemos ganado en las últimas décadas, incluyendo en contra de mujeres, personas de la comunidad LGBTQ y otras poblaciones.
Al escribir esto todavía no se sabe mucho de la persona que le disparó a Trump, y me imagino que en los próximos días tendremos mucha más información. De momento sabemos que murió una persona que asistió al rally, que la persona que disparó fue asesinada por agentes del servicio secreto, y que hay dos lesionados, uno de ellos el ex-presidente, ninguno de ellos de gravedad. Este es un acto vil, y por más que estemos en desacuerdo con un contrincante político, este acto solamente creará más división. Si no se modera el debate, podría generar más violencia política de la que hemos visto en los últimos años de la mano de simpatizantes de Trump.
Aunque las elecciones presidenciales son en noviembre, quedan apenas tres meses para que millones de personas comiencen a enviar sus boletas por correo o acudan a los centros de votación temprana. A estas alturas, parece que Biden no tiene intención de retirarse, y la elección será entre él y Trump. Sé que hay otros candidatos, pero ninguno ha logrado construir un movimiento político que nos ofrezca verdaderas alternativas.
Entiendo la frustración; yo también la siento. Pero simplemente no tengo el privilegio de abstenerme. El peligro que Trump representa para mí y para mis seres queridos es demasiado grande, y es una amenaza que no tomo a la ligera. Votaré en su contra, y si gana Biden, trabajaré para presionarlo a que represente las necesidades de quienes lo eligieron, y también de quienes no lo hicieron. Sin embargo, debemos dejar de hablar de política solo en años electorales. Me comprometo a explorar formas diferentes de hacer política, a enfocarme en oportunidades a nivel local y a ayudar a construir una infraestructura que permita vivir bien y que realmente avance la calidad de vida en los lugares donde vivimos.
Voy a votar en estas elecciones, y en todas las futuras. Es un derecho que me costó obtener y que no estoy dispuesto a ceder a los seguidores de Trump y los maleantes que lo rodean. Nadie nos va a salvar, excepto nosotros mismos, hablando con las personas que conocemos, asegurándonos de que participen y dejando de lado los odios contra quienes piensan diferente. Quizás este sea el momento de reconocer nuestra humanidad, darnos cuenta de que el nombre en la boleta representa solo una dirección, y que la gente que los apoya busca simplemente ser vistas, escuchadas y protegidas.
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