El Gran Cañón, inmenso y abrumador. [Repeat]
La preparación importa, pero el propósito sostiene.
Fotografía: Luis Ávila
¿Alguien en realidad ha visto el Gran Cañón?, pregunta el autor Tom Zoellner. “A primera vista, el barranco asalta la mirada con detalle y color, abrumando la capacidad de la mente de enfocarse en algún punto específico. Es un desastre parecido a un pastel arruinado”, escribe en su libro Rim to River.
Así me pasaba a mí. El Cañón del Colorado siempre me había parecido un lugar esplendorosamente abrumador. Varias veces llevé a familiares o amistades que venían de visita: manejábamos casi cuatro horas, tomábamos fotos, dábamos un paseo, otro ángulo, más fotos, y de regreso al auto. Nunca imaginé que se podía vivir otra experiencia ahí, que uno podía caminar hasta el fondo. Tampoco tenía razón para imaginarlo. Nunca me interesó saberlo.
Hace unas semanas, por primera vez, bajé hasta el fondo. Y entendí algo más que la majestuosidad del paisaje: redescubrí el poder de tener un propósito en momentos difíciles.
El Río Colorado ha estado erosionando la piedra durante millones de años, revelando capas que datan de hace más de tres mil millones. Se dice que cada paso que bajas equivale a cien mil años de historia. Conchas fosilizadas, helechos que florecieron bajo mares antiguos, piedras que guardan la memoria del planeta. A medida que me adentraba más en la historia del cañón, más me emocionaba la idea de conocerlo desde sus entrañas.
Al principio, consideré la posibilidad de descender en balsa, pero las excursiones suelen agendarse con mucha anticipación y son bastante costosas. Decidí investigar si podía acampar en el cañón, de preferencia cerca del río. Me inscribí en una lotería para el campamento Bright Angel, y un mes después, recibí un correo electrónico: tenía lugar para inicios del año entrante.
Sin pensarlo mucho, le mandé un mensaje de WhatsApp a un grupo de amigos con quienes habíamos hablado de reunirnos pronto. Al principio se apuntaron varios, pero con el paso del tiempo todos se fueron excusando hasta que solo quedamos mi compadre y yo.
Lo conocí en Phoenix apenas unos días de haber llegado de México, hace más de 20 años, y desde entonces hemos cultivado una amistad sincera y profunda. Tengo el honor de ser padrino de su hijo, una responsabilidad que me tomo en serio, y que además ha hecho crecer nuestro cariño.
Aunque éramos solo dos, no cancelamos. Ninguno había hecho algo parecido: caminar horas hasta el fondo del cañón, acampar y regresar. Pero nos comprometimos. Empezamos a caminar los fines de semana, recibimos consejos, y yo me puse a leer todo lo que pude.
Unos días antes de partir, teníamos todos los preparativos listos y decidimos asistir a una clase de cómo hacer hiking en el Gran Cañón. Sentados frente al instructor, los dos nos reíamos apenados de la información que nos brindaba. Nos habíamos enfocado tanto en qué llevar y cómo mantenernos abrigados y seguros, que olvidamos prepararnos para los desafíos físicos y mentales de llevar casi 30 libras (más de 10 kgs) de carga a nuestras espaldas. Ni siquiera habíamos confirmado qué mochilas llevaríamos, y mucho menos habíamos intentado caminar con ellas.
Disfruto correr para mantenerme en forma, pero no tengo mucha experiencia en el senderismo, y mucho menos en acampar. En el pasado, ha sido una excusa para escaparnos del calor o comer hongos en el bosque. Por lo tanto, no tengo mucho conocimiento al respecto, y mi compadre tampoco.
Al salir de la clase, mi compadre sugirió invitar a su amigo David, un acondicionador físico más joven que nosotros, que podría aliviar la carga. Esta sugerencia, y el hecho de que David nos acompañaría en el viaje, probablemente nos evitó un buen susto.
El día del descenso fue un día perfecto. El sol había derretido el hielo del camino, y dado a que era invierno y muy temprano por la mañana, los senderos tenían muy poco tráfico. Bajamos a paso lento, cada uno con pesos que oscilaban entre las 20-25 libras en las mochilas, pero habíamos descansado y proyectamos llegar al río unas cinco horas más tarde.
Pero nuestros cálculos no fueron correctos. Mi compadre iba parando cada vez con más frecuencia. El peso de la mochila lo había cansado demasiado, no se había alimentado bien, y ya llevábamos más de siete horas de camino. Nos quedaban aproximadamente dos o tres más, y si se extendía, podía caer la noche.
En una de las paradas, David le ofreció ayudarle con su mochila. Me pasó un par de libras de peso, pero al final, el joven acondicionador bajó las últimas horas de camino con más de 40 libras a la espalda. Este acto de generosidad hizo una gran diferencia. Aunque mi compadre ya no traía carga, aún se veía mal, y llegamos a pensar que necesitaríamos rescate.
Llegamos al campamento cuando comenzaba a oscurecer. En la última parte del descenso tuve que preguntarle a mi compadre un par de veces si sí la iba a hacer. “Despacito, pero llego”, me respondió.
Esa noche, entre lo que parecían grandes rascacielos de piedra, dormimos junto a un riachuelo que conecta con el Colorado. Las estrellas parecían infinitas chispas de leche en el cielo negro, y mi compadre, David y yo, nos preguntábamos cómo íbamos a regresar. Según la parte más fácil era la bajada.
Al día siguiente nos despertaron los dolores musculares. Las pantorrillas y los glúteos habían trabajado duro, y sentíamos el cuerpo hecho pulpa. Decidimos mantenernos livianamente activos para evitar engarrotarnos, y metimos las piernas al agua gélida del Colorado.
Durante el día, planeamos lo que haríamos al día siguiente: Primero acordamos que el reto más grande era el peso, así que negociamos con alguien para que se quedaran con algunos de nuestros artículos de campamento. Mi compadre subiría solo con agua, y David y yo nos repartiríamos el resto.
Decidimos que íbamos a partir justo antes del amanecer. Teníamos un marco de 12 horas para subir, y como la bajada habían sido casi 10 horas, tendríamos que hacerlo de manera eficiente y parando solo cuando fuera necesario.
Nos comprometimos a parar cada 15 minutos, pero solo dos minutos y sin sentarnos. Parar cada media hora por cinco minutos, y seguir nuestro camino de inmediato.
Racionamos la comida por partes, y nos obligamos a comer alimentos altos en sales y proteína para darnos energía y retener agua.
Y por último, desarrollamos una formación en la que mi compadre estaría siempre al centro, y David y yo nos rotaríamos para animarnos, reírnos y mantener un ambiente relajado y motivante. Cantamos de Los Bukis, Los Acosta, y por supuesto, Pancho Barraza. El vocalista siempre fue David, mi compadre y yo los coros.
No comparto las intervenciones que tomamos como consejos, sino como una reflexión de cómo la preparación del viaje no fue suficiente para terminarlo. Aunque nos habíamos preparado para todo materialmente, fue la manera en que reaccionamos a los retos lo que me enseñó el viaje. Me di cuenta que ponernos el propósito de subirlo en un tiempo determinado, de conocer nuestras aptitudes y debilidades, y más que nada de hacerlo juntos, alentándonos y haciéndonos responsables de nuestros compromisos, lo que nos ayudó a terminar el ascenso en nueve horas. Lo más difícil, la subida, la hicimos con más energía que la bajada, sonriendo en medio de una nevada, y orgullosos del logro.
La bella práctica me ha dado un propósito cada semana, la de encontrar algo en lo que practicar la escritura por medio de la opinión o el ensayo. En realidad no me importa tanto si escribo bien o mal, o si soy poético o profundo, sino escribir lo que pienso y compartirlo rápido, sin attachments. Sin pensarlo mucho, ni intentando proteger mi ego.
En las últimas semanas he recibido un inesperado nivel de apoyo. El número de personas que se han suscrito al boletín es el doble del número que me puse de meta, y aún cuando no le he pedido personalmente donaciones a nadie, sus contribuciones me han hecho sentir con un propósito aún más grande de cumplir la meta. La de simplemente practicar la escritura, de que otros me compartan lo que piensan, o los anime a escribir también.
Y tu, ¿tienes un propósito de momento?. Más allá de la preparación, ¿cómo te mantienes motivado y responsable en tus compromisos?.
La noche de nuestro ascenso nos tomamos unas cervezas y nos reímos de las cosas que nos pasaron en el Gran Cañón. Nos prometimos seguir empujando los límites de nuestros cuerpos y mentes. Nos comprometimos a salir a tomar aire limpio y recordar lo pequeños que somos ante la majestuosidad del mundo natural.
El Gran Cañón es uno de los lugares más hermosos que he visto en mi vida, pero solo cuando lo pude ver desde adentro. Desde su inmensa y abrumadora belleza.