Foto: Diego Lozano
Si esta es la primera vez que te topas con la Bella Práctica, ¡gracias por estar aquí!
Yo soy Luis Ávila, y cada semana practico la escritura en este boletín, compartiendo opiniones sobre todo tipo de temas, desde política, cultura, identidad y lo que se me ocurra.
Este texto es parte de una serie llamada "¿Por qué votar?", la cual intenta explorar las razones de por qué, aun cuando parezca inútil, participar en las elecciones es un acto crítico para nuestro futuro.
Si eres una persona que siempre vota, dime lo que piensas de los argumentos. Si no vas a participar, cuéntame por qué. Me encantaría compartir las opiniones de otros en futuras semanas.
Me gustan las películas de Baz Luhrmann, en particular su trilogía The Red Curtain, de la que Moulin Rouge es parte. Pero hay una de sus películas que nunca me atrajo: El gran Gatsby. No es porque la historia o la película sean malas, pero nunca me he identificado con el personaje de Jay Gatsby. De hecho, cuando intenté leer la novela de Scott Fitzgerald en la que la película está basada, me chocaba la actitud ególatra y obsesiva del personaje que nos cuenta el narrador, Nick Carraway, así que nunca la terminé de leer. Algo dirá de mi este hecho, pero para eso no es esta práctica.
Hay un arquetipo muy nuestro, muy gringo, que me molesta. Y me he dado cuenta de que son los atormentados que usan su privilegio para sus causas personales. Soberbios con dinero, nombre o posición social que se aprovechan de la atención de su estatus para obtener ganancias que les beneficien. Y eso es justamente lo que siento de Robert Kennedy Jr., quien se está lanzando a la presidencia como candidato independiente. Es un atormentado que está donde está por su nombre, uno de esos hombres que, aún en la mediocridad, algunos lo ven como una persona viable y valiosa. Un producto de nuestros tiempos que, desafortunadamente, podría impactar nuestras vidas de manera irreparable.
Comencemos con quién es el hombre. Robert Kennedy Jr. es el sobrino del presidente John F. Kennedy, a quien vio ser asesinado a los nueve años, para después perder a su padre en un asesinato vil cinco años después, el fiscal y candidato a la presidencia Bobby Kennedy. Dos íconos de la política estadounidense que son referidos por algunos como la realeza americana. Una familia llena de tragedias, pero también con mucho dinero y poder.
Se calcula que hoy en día, Robert Kennedy Jr. tiene más de $15 millones en bienes, más cuantiosas acciones en varios fondos familiares y propiedades. Aunque en su juventud tuvo serios problemas con la heroína, dice que gran parte de sus adicciones eran resultado del trauma que pasó, ya lleva más de 40 años sobrio. Años después de luchar contra sus demonios, se hizo abogado e inició una importante carrera en derecho ambiental, en la que junto a comunidades de muchas partes del mundo, demandó a compañías privadas que envenenan y contaminan a la gente y al medio ambiente. Fue reconocido como uno de los activistas ambientales más importantes, y de repente todo cambió.
No se sabe a ciencia cierta qué le pasó, pero se ha especulado que comenzó a perder el juicio a principios de los 2000, cuando fue diagnosticado con una enfermedad degenerativa en las cuerdas vocales, y hace poco nos enteramos de su boca, de una enfermedad que le consumió parte del cerebro. Se convenció de que las vacunas son el diablo, y que causaban todo tipo de males (todo esto refutado científicamente), y cambió totalmente su enfoque y pasión. Transformó la confianza con la que citaba a científicos para postular casos de protección ambiental, a un total escepticismo por la ciencia que demuestra que las vacunas son seguras.
Pero más allá de que todos necesitamos una saludable dosis de escepticismo en estos tiempos, cambió una de las cosas más valiosas del trabajo de cambio social, el bienestar comunitario, por la obsesión individual. Es decir, se metió tan profundamente en las teorías conspirativas, que dejó de creer en la importancia de lo comunitario, en valores como la colectividad y la equidad, en particular en temas como la salud y el medio ambiente. Perdió el hilo de que es importante protegernos en masa, como la raza humana que somos, y que promover peligrosas teorías infundadas sobre la seguridad de las vacunas afecta más el bienestar de todos, en particular de la gente más vulnerable. Es un acto muy enraizado en la soberbia, en intentar proteger una mentira, en comportamientos basados en la individualidad.
Yo creo en las vacunas. Creo que son necesarias para proteger la salud pública, y creo en ellas porque crecí en México, donde todavía vivíamos con sarampión, paperas, tos ferina, polio y todo tipo de otras enfermedades que han sido mitigadas por las vacunas. Tenemos una historia de más de 200 años de usar inmunizaciones creadas por humanos, y aunque es importante seguir mejorando las maneras en que las regulamos e invertir en aquellas del sector público, nos funcionan y las necesitamos. Cuando Kennedy usa engaños para sembrar dudas, está poniendo en peligro a nuestras familias, a las comunidades más afectadas por estas enfermedades.
Por ejemplo, Kennedy dice que el COVID fue diseñado para matar a gente blanca. Este dato que comparte es totalmente falso y sumamente peligroso. El grupo étnico más afectado por la pandemia fueron los Latinos, quienes perdimos más familiares que ningún otro grupo racial. Al difundir información falsa como esta, le quita valor a las vidas de nuestras familias y, aún peor, crea una falsa idea de que la gente menos impactada es la que está sufriendo más. Este tipo de información se repitió por todas partes y, por algunos meses importantes, se dudó de la importancia de invertir en promoción de salud en comunidades Latinas y Negras. La desinformación sobre quién se contagia o no de COVID estaba por todos lados. Kennedy se posicionó como uno de los más influyentes desinformadores en el país.
Y es que este es justamente el problema que tengo con Kennedy: sin remordimiento alguno, se ha decidido a esparcir información errónea. Lo hace desde su perspectiva de hombre rico y acomodado, desde su vida en la que puede decir y hacer lo que se le da la gana sin consecuencias. Así como Jay Gatsby tiene a todos sus empleados limpiándole después de la fiesta cada noche, todos nosotros terminamos limpiando los platos rotos que deja Kennedy al paso de sus mentiras.
No voy a analizar ni desempacar las falsedades de Kennedy. Solamente promueven más desinformación, y la verdad es que eso no es lo que más me molesta del peligro que representa. Lo que más me preocupa es que seres queridos constantemente me preguntan por Kennedy, y lo que me dicen es que quieren saber más de él porque no les gustan las otras opciones. De hecho, las encuestas lo muestran capturando a uno de cada cinco votantes latinos.
En las próximas semanas compartiré lo que pienso de los otros dos candidatos, así que de momento, solo hablaré de Kennedy. Uno por uno.
Es cierto, el descontento con los otros dos candidatos no solo es palpable, sino también meritorio. Estamos escogiendo entre un convicto que incita a la violencia y el caos, y un viejito que apoya el exterminio del pueblo palestino. En estos momentos, la decisión parece ser muy complicada. Estamos entre dos partidos que juegan a la política con nuestras necesidades, y en ocasiones parecen lo mismo, pero con bandera distinta. Y es que el sistema político estadounidense está comprado, como compartí hace unas semanas, y hay una necesidad de tomarlo, desde abajo y hasta arriba, y eso necesita un movimiento político, una estructura de demandas, un nivel de coordinación y esfuerzo que realmente los partidos no tienen ni quieren tener.
A la falta de algo viable, algo que se alinee con nuestros valores y deseos, buscamos otras alternativas, y la única que vemos es Kennedy. Pero Kennedy no es un movimiento político, no ha hecho el trabajo necesario para unir consciencias u organizarse; a duras penas puede juntar firmas de apoyo para su candidatura, y en realidad, el único estado realmente en juego en el que aparecerá hasta el momento es Michigan, y eso no fue porque hubo gente que firmó para pedirlo, sino porque un partido con menos de 10 miembros lo nominó. Kennedy no ha hecho la chamba que se necesita para crear un movimiento político. Como cualquier vato nacido en cuna de seda, piensa que solo decir que quiere ser presidente es suficiente. El problema es que en esta sociedad le perdonamos todo a hombres mediocres como Kennedy. Le damos el beneficio de la duda por ser quien es, pero en realidad no tiene ni la sustancia, ni la experiencia, ni el interés de realmente construir un movimiento político. Su interés es subirse al tren de la elección y que lo escuchemos hablar sus mentiras.
Un hombre mediocre como Kennedy, y un puñado de sus seguidores, podrían entregarle el país al próximo presidente, y eso es lo que se tiene que analizar en nuestra decisión. Un voto por Kennedy podría ser un voto por Trump o por Biden, y aquellos que piensan que se puede armar un movimiento que de verdad haga viable a Kennedy en lo que queda del año, están delirando. Hasta Deez Nuts juntó más apoyo, y ¡no es de la dinastía Kennedy!
“Algo así deberíamos conseguirnos…” Foto: Luis Avila
Al final de El gran Gatsby, le echan la culpa de todo lo malo que sucede en la ciudad a Jay Gatsby. Así será con Kennedy también; se le culpará de los resultados, aunque en realidad cuánto le quite a uno u otro candidato impactará mucho las elecciones. Tampoco será él la razón por la cual uno pierda o gane; será la falta de imaginación del partido republicano de seguir nominando a un criminal, y lo desconectado que el partido demócrata está de sus bases, que sigue gobernando en defensa a los republicanos, y no por el pueblo, aunque están en el poder.
Sueño con que algún día haya elecciones con más y mejores candidatos para escoger. La verdad es que este sistema de dos partidos no parece estar apto para el tipo de gobierno que necesita Estados Unidos en el siglo XXI. La polarización y la constante lucha por la reelección remueven el incentivo de trabajar juntos y encontrar soluciones. Les conviene más echarse la culpa entre ellos y acusarse de traidores que realmente gobernar.
Pero para que esta realidad se haga, tenemos que construir un movimiento político de verdad, uno que no quiera cambiar la política nacional por votar por un hombre mediocre que ni siquiera va a llegar a la boleta. Eso es un acto de protesta, y está bien protestar, pero en este caso este acto no transforma nada; es un berrinche. Podemos votar Y hacer responsables a los que elegimos, de eso se trata este juego que llamamos democracia: elegir y gobernar.
Ha sucedido en otros lugares y en otros tiempos. Antes de la Guerra Civil estadounidense, el partido republicano fue organizado por personas que querían terminar con la esclavitud, y gente de distintas filosofías políticas se juntaron y lucharon por el reconocimiento de la humanidad de la gente Negra esclavizada. Ese mismo partido ha sido organizado en la última década para terminar de una vez con todas con el derecho de la mujer y personas gestante de decidir qué hacer con su cuerpo en un embarazo. Las instituciones pueden cambiar, y deberían.
En 2016, Bernie Sanders tuvo la oportunidad de crear un movimiento político, pero se limitó a organizar electoralmente, y el furor y la energía que existieron por él se apagaron. No hubo esfuerzos a escala de tomar posiciones de partido, desarrollar nuevos liderazgos, etc. Que los demócratas tengan a Biden es resultado de la falta de organización de partido. Se podría haber reclutado a un candidato hace años y hacer la chamba para ganarle en la primaria, pero no movimos un dedo, y ahora tenemos a este octogenario como la única opción para detener la amenaza de Trump.
“Politicians all move for money, what the hell are we callin' them?”, dice la canción 100$ de Jay-Z en El gran Gatsby. Todos los candidatos siguen el dinero, y a cada uno de los candidatos les daré nombre y seña, y en esta ocasión le tocó a El gran Kennedy, un hombre mentiroso, mediocre y atormentado, que por sus intereses personales quiere decidir el futuro de todos nosotros.