Foto: Gabrielle Seay
Entré buscando a Milungo. El portón estaba abierto, caminé por la cochera, pero no entré a la casa. El espacio guardaba el silencio de los lugares vacíos y olía al aserrín que flotaba pegado al polvo.
“¡Buenas, Milungo!”, empujé las palabras hasta la siguiente habitación. “Milungo, soy Luis. Buenas tardes.”
Escuché un catre rechinar y me quedé en silencio, esperando que apareciera.
“Ah, ¿estabas dormido? Qué pena”, le dije, mientras se frotaba los ojos para ajustarse al brillo del mediodía y carraspeaba.
“No, nomás estaba dioquis”.
“Estaba dioquis.” Esas palabras me parecieron tan curiosas. Las he escuchado toda la vida, una frase que usamos en el norte de México para decir que algo está sin uso, o incluso estorbando. Pero escucharlas así, “estaba dioquis”, saliendo de nuestro vecino el carpintero, me hizo pensar en nuestra relación con el descanso, con el no hacer nada.
Acabo de regresar de unas vacaciones en las que intenté hacer lo menos posible, y me costó mucho trabajo. Me di cuenta de lo difícil que es para mi no hacer nada. El celular, con su manera de jalarme a un pozo que mana dopamina, el trabajo, y las formas en que se filtra en tantas partes de mi vida. Las preocupaciones del futuro, las exigencias de mis compromisos. Todo esto me aleja del cuerpo, me mantiene en pensamientos ansiosos, inútiles.
En estos días, en los que el ocio y su capacidad contemplativa son cada vez menos comunes, me esforcé por estar dioquis, y fue la manera perfecta de volver a escuchar partes de mí que hacía mucho no les ponía atención. Pude desarrollar algunas historias que tenía atoradas, reevaluar mis relaciones, y tomar decisiones que evitaba o no había tenido tiempo de pensar a detalle.
Negar que el descanso es un privilegio sería frívolo. ¿Pero por qué lo es? ¿Por qué debemos siempre estar produciendo? ¿Qué tiene este sistema que nos hace olvidarnos de que somos más que lo que hacemos por dinero, atención o cariño?
Aun cuando racionalmente conozco los beneficios del esparcimiento, me tomó casi una semana desconectarme de este terrible mundo en el que vivimos y alcanzar una quietud completa, no sólo mental, sino también física. No vi las noticias por un par de semanas, ni hablé de política. No se me arrugó el corazón al evitar las imágenes de los horrores perpetrados por la Gestapo de Trump, el genocidio o el bombardeo de estupideces al que nos tienen acostumbrados los políticos. Y no pasó nada. El mundo seguía.
No se sabe muy bien cual es el origen de la frase, pero me gusta la teoría de que nació de la palabra “ocio”, de estar “de ocio”, algo que con el tiempo cambiamos a “dioquis”.
“Ocio” viene del latín otium, que quería decir tiempo de oír, de aprender, de descanso. Al paso de los años, hemos hecho del ocio un afronte a la bendita productividad.
Si no trabajamos, no producimos. Y si no producimos, no valemos: estorbamos, parasitamos.
En un momento del viaje, estaba sentado viendo el mar y no pensé en nada. Solo los destellos del agua me distraían, y no tenía nada que hacer. Me aburrí tantas veces así, viendo nada, y me hacía tanta falta.
No tenía algo que resolver, solo estar. Y en el estar había una aceptación que solo llega cuando no tienes nada que procesar, medir o juzgar. Lo único que tenía que hacer era estar dioquis. Y eso me llenó de paz, me calmó el sistema nervioso, me relajó de verdad.
Ya de vuelta en casa, después de abrazar a mi perra Lucha, desempacar y limpiar, me senté a escribir. Estoy de regreso al teclado, moliendo algunas de las cosas que observé e imaginé, con ganas de retomar la práctica de la escritura, compartir con ustedes y terminar el proyecto en el que estoy trabajando.
¿Has estado dioquis últimamente?
Si tienes mucha experiencia en el tema, compárteme tips o maneras en las que lo practicas. Me hace falta hacerlo más seguido, no solo cuando estoy de vacaciones.
Y si el ocio también te cuesta, cuéntame qué haces en relación a él.
Gracias por apoyar La Bella Práctica, por recomendarla a otros, y por compartir también lo que creas.
Si acabas de llegar, enhorabuena. Aquí comparto ensayos, narrativa, lo que escriben otras personas, y cosas que me inspiran en el camino. Espero que disfrutes de la práctica tanto como la disfruto yo.
¡Nos leemos pronto!