Foto: Diali Avila
Mi parte favorita de escribir es leer. Aunque son experiencias distintas, están ligadas entre sí, como una simbiosis que las enriquece y les permite crecer.
Se puede escribir sin ser lector, aunque, en mi opinión, es necesario leer si realmente queremos expresar nuestras ideas. Escribir sin leer es como tener un contenedor de palabras que puedes organizar de manera limitada para decir algo. La lectura abre un universo de posibilidades, ayuda a encontrar nuevas formas de entender la condición humana, y da sentido a lo que sucede en nuestra mente y nuestro entorno.
Cuando hablo de lectura, me refiero a algo más allá de los libros: a todo lo que capta nuestra atención, incluyendo música, lo que leemos en pantallas, y las historias que vemos en televisión. Ampliar nuestra visión de lo que significa leer nos permite disfrutarlo más y explorar diversas modalidades, incluyendo los libros.
Todos tenemos una relación distinta con la lectura, basada mayormente en cómo nos conectamos con su utilidad. Por ejemplo, en la escuela nos enseñan que leer es para aprender, pero recuerdo una época en la que lo que menos me interesaba era el conocimiento; me atraían más las amistades, las niñas que me gustaban o los chismes de los maestros. Leer era una tarea, algo impuesto.
Así crecimos muchos, creyendo que leer es un acto académico, algo que se hace por obligación, no por placer. Esto ha llevado a un declive en el número de personas que disfrutan de la lectura, una tendencia que podría fomentar más división y odio en la sociedad al exponernos a menos lenguaje e ideas.
Para mí, la lectura es un refugio, una oportunidad de desconectarme del mundo y crear en mi mente universos que solo yo puedo ver. Cuando leo, entiendo pensamientos que no sabía cómo describir o reafirmo cosas que creía saber. La lectura es el único lugar donde somos solo yo y un infinito de ideas dibujadas por palabras. No es algo mágico ni superior, pero en estos días de distracciones constantes, pantallas y falta de atención, es una forma de detenerme y escuchar.
Hace unas semanas, encontré en línea el primer libro que leí por placer: Las montañas blancas, de John Christopher. Es un libro de ciencia ficción que apenas descubrí es parte de una trilogía llamada Trípodes. Disfruté mucho del mundo que construyó el autor, y entendí por qué este libro me abrió el apetito de leer en mi adolescencia. La historia sigue a un niño que escapa de su hogar en busca de un mundo libre del yugo de los Trípodes, máquinas que dominaron a la humanidad y la mantienen en un estado de control y desconocimiento.
Leerlo de nuevo como adulto fue interesante. Primero, noté que el autor escribió pensando en la rebeldía adolescente y en esas ansias de explorar el mundo. Esto me hizo entender por qué fue tan transformador leerlo en aquella etapa, cuando empezaba a formar criterios y consciencia. Además, el libro llegó en un momento crucial, cuando aún tenía la audacia juvenil de imaginar lo imposible. Inició mi interés por narrativas especulativas, esas historias de mundos alternativos que siempre me han fascinado. Leer ese libro moldeó mi consciencia y mi gusto, y 30 años después puedo verlo claramente. Así de poderosa es la lectura: nos moldea de por vida.
Hoy, mientras desarrollo historias, la mayoría de lo que leo está relacionado con lo que estoy creando. Para mí, es importante elegir qué leer con intención. Hay tanto por leer y tanto que no he leído, que debo ser selectivo.
En espacios literarios, a menudo me siento inseguro. No he leído todos los clásicos ni asistido a programas académicos que exponen a textos universales. Soy un escritor al que le gusta leer, y leo todo lo que puedo con la intención de entender, relajarme, inspirarme o imaginar.
El peligro de considerar la lectura como un ejercicio de erudición es que la hace poco atractiva. Leer debería ser un acto de liberación, curiosidad y recogimiento. Sin embargo, al estar tan asociada a actividades académicas, hemos perdido parte de su poder.
Leo como un hábito, y como todos los hábitos, requiere cuidado. Al igual que hacer ejercicio o comer bien, necesita atención, así que he desarrollado prácticas que me ayudan a mantenerlo.
Para moverme cuando me atoro
Cuando enfrento algo nuevo—ya sea en el trabajo, una relación, algo físico o de salud—uso la lectura para profundizar mi conocimiento. Busco artículos, libros, series de televisión, videos en YouTube, podcasts y audiolibros sobre el tema. Intento encontrar distintas perspectivas para descubrir nuevas ideas. Si lo que estoy leyendo no me enriquece, lo dejo sin culpas. Si algo no me sirve, ¿por qué dedicarle tiempo?
Para darme permiso de tomar riesgos
El tema no es lo único que guía mi lectura; también importa cómo está contado. Por ejemplo, en la novela que estoy escribiendo, un adolescente viaja en un coche, así que he estado leyendo como otros autores cuentan historias desde la carretera. Eso me ha dado ideas de cómo habitarla. Pero no puedo perderme en la carretera por siempre, es importante desarrollar a los personajes principales, así que busco novelas en primera persona de voces adolescentes, diseccionando su lenguaje, sus ansias y metiéndome en la cabeza de otros. Empaparme de como otros dan vida a sus personajes nutre mi energía creativa, y me da impulsa a tomar riesgos en la forma en que narro mis historias.
Pero no leo todo…
Evito ciertos contenidos, especialmente los que refuerzan arquetipos. Por ejemplo, escribiendo sobre un narcotraficante mexicano, evité ver la serie Narcos, leer a algunos narradores mexicanos o películas sobre Pablo Escobar. En cambio, leí biografías de familiares de narcos y vi entrevistas para humanizar al personaje y alejarme de clichés.
Leer ayuda, pero no crea
Para quienes somos curiosos, la lectura puede convertirse en un pozo sin fondo. A veces me doy cuenta de que he pasado meses sin crear porque estoy inmerso en un tema. Por eso establezco reglas para recordarme que leo con un propósito: crear. Organizo mis lecturas según mis proyectos. Por ejemplo, si voy a escribir sobre La Bella Práctica el fin de semana, leo sobre el tema en los días previos. Y si tengo un proyecto de más largo plazo como la novela, entonces paso más tiempo con esos libros, es lo que leo en la semana, y le subo a la intensidad cuando se vienen unos días de entrarle a la narrativa de nuevo.
El tiempo y la lectura
Amigos me preguntan: “¿Cuándo lees?”. Como es un hábito que protejo, lo integro a actividades que ya realizo. Por ejemplo, mientras paseo a Lucha, mi perra, escucho audiolibros o podcasts. Al mediodía, mientras como, leo boletines o artículos guardados, y por las noches, antes de dormir, un libro que me ayude a soñar.
Si solo leo antes de dormir, mi cuerpo empieza a asociar la lectura con el descanso, como una señal de que es hora de apagarme. Por eso, busco leer también en momentos y lugares donde me siento más alerta. Me gusta ir a un café o a un bar, o sentarme en el patio de mi casa con un trago en la mano, acompañado por los sonidos de la ciudad y un libro.
Leer enriquece mi imaginación, nutre mi lenguaje y da forma a la cadencia con la que cuento historias. A veces, incluso, me sorprende lo que es posible comunicar con palabras. Es una parte esencial del acto de escribir, por eso me esfuerzo en cultivar una relación positiva y constante con la lectura.
Ahora que inicio esta nueva etapa de La Bella Práctica, enfocada en mi proceso creativo y en los componentes que utilizo para escribir, quise comenzar con la lectura. Para mi es, sin duda, uno de los pilares primordiales de la creación.
Si llegaste hasta aquí, significa que leíste todo el boletín, y eso me llena de gratitud. Aprovecho para pedirte ayuda: ¿Qué has leído, escuchado o visto últimamente que podría inspirar mis historias? ¿Qué hábitos tienes para proteger tu relación con la lectura?
Gracias por dedicar tu tiempo y atención a La Bella Práctica. ¡Nos leemos pronto!