Imagen: Generada por AI. Portada paródica inspirada en “Los Mejores Éxitos” de Los Alegres del Barranco (c. 2000s).
No quiero vivir en el presente en estos días. Al leer las noticias o engancharme en los algoritmos de las redes sociales, siento un insoportable peso en los hombros y un coraje que no veo claro a dónde canalizar.
Sé que algunos amigos y familiares la están pasando aún peor, pero la situación actual no es una competencia, sino el plan del gobierno estadounidense en turno de abrumarnos y debilitarnos con el constante ataque.
El gran error de muchos opositores a Trump es que seguimos esperando a que el país recapacite, que una mayoría se levante y luche a causa de los últimos titulares de esa semana. Podrían pasar mucho tiempo para que la población “despierte”, y todavía ni siquiera se cumple el primer año de su toma de poder. Estamos apenas viendo la punta del iceberg, y si sigue en la trayectoria que va, podría incluso intentar reelegirse y terminar en sus manos hasta que la muerte nos separe.
En sociedades con gobiernos autoritarios, la mayor parte de la población nos hacemos de la vista gorda en los inicios de la pérdida de nuestros derechos. Es como estar en arenas movedizas, vamos hundiéndonos poco a poco y sin darnos cuenta. Una de las primeras señales notorias es el secuestro de la libre expresión. Si no podemos decir lo que pensamos y vivimos en la ilusión de estar en una sociedad libre, dejamos de practicar el pensamiento crítico, y de hacer responsable al poder.
No podría cubrir en una sola práctica el tema de la censura social, pero sí compartir un área que me ha hecho reflexionar en los últimos meses, y de la que he escrito mucho: el corrido mexicano y su censura. Una tendencia que conecta más allá de las fronteras mexicanas y que podría ser un síntoma más de la gravedad de la situación que estamos viviendo.
El corrido es un género con influencias polacas, de banda sinaloense y ahora del hip hop. Cuenta historias con melodía, una práctica más antigua que cualquier género actual. Desde las canciones indígenas sobre la creación del mundo, hasta Gilgamesh, los cantares medievales y los corridos revolucionarios, la historia oral ha sido nuestra manera de nombrar lo que pasa a nuestro alrededor.
El corrido de hoy no es más que otra expresión de esa historia oral. Con acordeón, tarola, bajosexto y a veces tuba, narra realidades de una sociedad con serios problemas. Si los corridos de ahora hablan de narcos y excesos, es porque la narcocultura es parte integral del imaginario popular en México y Estados Unidos. Ni la prohibición ni la criminalización van a detenerlos.
En lo que va del año hemos visto un ataque frontal al género. A artistas se les ha prohibido cantar corridos bajo el argumento de que hacen “apología del crimen”, e incluso se les han revocado visas para presentarse en Estados Unidos. Multas, vetos y persecución envían un mensaje claro: el poder quiere decidir qué se puede cantar.
Como cualquier expresión artística, el corrido sobrevivirá o evolucionará según los gustos populares, no por prohibiciones. Cuando se intentó prohibir el hip hop en Estados Unidos, explotó en popularidad y se volvió cultura global. El riesgo no es el corrido, sino la censura que criminaliza a quienes se salen del molde de lo “aceptable”.
Catalogar al corrido, y a quienes lo escuchamos, como apología del crimen nos vuelve también vulnerables a la criminalización. Y esto no es solo en México, sino que es evidente en la colaboración de censura que está aplicando Estados Unidos en la negación de visas de acceso al país.
México es uno de los países más violentos del mundo. El crimen organizado es un problema serio y doloroso, y la narcocultura romantiza al criminal al mismo tiempo que le sirve de megáfono. Pero si queremos cambiar lo que cuentan los corridos, la respuesta no es la censura: es transformar las condiciones sociales que reflejan. Prohibirlos solo los vuelve más atractivos, eleva su condición contracultural y no modifica las realidades que los producen.
Estoy de acuerdo en regular contenidos que fomenten odio o violencia, por ejemplo, en radio o eventos públicos. Pero decidir qué puede cantar un artista en su propio concierto, o qué puede escuchar un público que pagó por estar ahí, es abrir la puerta a que mañana el veto caiga sobre un comediante, un periodista o un activista.
El corrido lleva décadas criticando al poder. Ahí están El Circo, Se vale soñar, y tantos otros. Hoy el género crece y muta: se inspira del trap, narra violencias más cercanas a la calle, cuenta del trabajador y no del patrón. Es un espejo de la cultura mexicana a ambos lados de la frontera, un reflejo incómodo de lo que el Estado y la sociedad no han sabido resolver.
La prohibición del corrido lo convierte en otra muestra de la opresión contra quienes ya viven en una sociedad que les prohíbe demasiado. Decirles qué pueden o no escuchar reforzaría su marginación. En cambio, si se le deja seguir su curso, podría evolucionar en una poderosa herramienta de crítica y diálogo social, igual que le ha pasado a otros géneros.
Yo me quiero imaginar un mundo en el que los corridos sean parte de nuestra memoria histórica: que nos ayuden a ver y analizar momentos difíciles y violentos, pero también a encontrar soluciones a los problemas que hemos sido incapaces de resolver.
Me encantaría saber qué piensan ustedes de los corridos. ¿Aportan o dañan al diálogo? ¿Deberían o no censurarse?
Para quienes no conocen mucho del género, les comparto un playlist con corridos populares de los últimos 50 años y algunos de mis favoritos. En la próxima edición les compartiré un corrido inédito que escribí en colaboración con un corridista profesional.
¡Gracias por apoyar y compartir la Bella Práctica!