Los que tejemos, y los que deshilan
Están deportando el antídoto contra nuestro aislamiento.
Fotografía: Luis Ávila
Esta semana hemos sido testigos de un acto bajo y vil, aún para los estándares de la administración de Trump. Agentes de ICE, con los rostros cubiertos y armados como si fueran a enfrentar una guerrilla, capturan a inmigrantes que salen de sus citas con jueces de migración.
Los migrantes van vestidos con sus mejores prendas, arreglados para mostrarse bien ante el juez que tiene en sus manos el futuro de sus familias. En una movida sin precedentes, los jueces están suspendiendo los casos de la gente migrante, dejándolos en un limbo legal y vulnerables, para que los agentes migratorios, que los esperan como hienas en las afueras de la corte, se los lleven, los procesen y deporten.
En las imágenes se ven padres de familia con menores de edad por un lado, familiares siguiendo a la escolta de agentes, sorprendidos. En cada una de las fotografías queda captado el desconsuelo y la maldad de un sistema que nos trata como dispensables.
Perdemos más que a los individuos en estas operaciones; perdemos más que las familias que son separadas e impactadas psicológicamente. Estos esfuerzos del presidente y su Gestapo están deshilando comunidades, creando miedo y aislamiento en uno de los grupos más comunales y vibrantes de este país: los inmigrantes.
Acelerado por la pandemia, el aislamiento de los estadounidenses está por convertirse en una crisis nacional. El número de personas que dicen no tener amistades cercanas se ha multiplicado por cinco en las últimas décadas, siendo los hombres los más afectados. En una era en la que estamos siempre conectados, reportamos que nos sentimos más solos que nunca.
Pero esta tendencia no es universal. Entre comunidades migrantes, la socialización es parte de la supervivencia. Nos juntamos para la carne asada, la fiesta, el juego, la oración, el baile, la cancha. Somos personas que creamos espacios de esparcimiento comunal y redes de apoyo informales; entre chismes y cundinas, estamos informados y apoyados.
Hace unas semanas, en el taller de Ana Lissardy, nos compartió un artículo y nos pidió que escribiéramos algo en cualquier estilo literario que nos viniera a la mente. El autor propone a la comunidad inmigrante en los Estados Unidos como un antídoto a la crisis de aislamiento en el país.
En esos días había estado colaborando con un grupo de teatro, y me inspiró mucho el compromiso con la gestión cultural de las personas involucradas. Así que se me ocurrió escribir un relato corto sobre una persona que está por irse al teatro a presentar una obra, pero no puede salirse del trabajo.
El intento es ver cómo se manifiesta, en el día a día, la presión del capitalismo sobre la gestión cultural. Cómo el imperio nos obliga a ser un engrane más en la máquina, uno que en cualquier momento pueden reemplazar.
¿A ti qué te recuerda esta historia? ¿Cómo luchas contra el aislamiento? Compárteme lo que piensas y, de paso, compárteme lo que escribes, me encantaría leerte.
Les agradezco mucho a quienes han compartido La Bella Práctica con otros. Un saludo especial a Nora, que mandó un correo a su grupo de lectura para que otros se unieran y ayudó a que hiciéramos crecer esta comunidad un poco más.
Si tú, o alguien que conoces, tiene una cita migratoria, infórmate con un abogado que pueda analizar tu caso y te recomiende los mejores pasos a seguir. Algunos jueces están permitiendo que se hagan citas virtuales a petición de un representate legal, y prepararse con amistades y familiares en caso de detención también será crucial. En estados como Arizona, políticos locales y organizaciones están acompañando a la gente en sus citas para atraer más atención a lo que está sucediendo, y necesitan apoyo de ciudadanos para acompañar a familias migrantes a los tribunales.
Si quieres conectarte con alguien acerca de este tema, mándame un mensaje y buscamos la mejor conexión para tu pregunta.
Última llamada
Yolanda miraba el reloj constantemente, como si al ver la hora el tiempo se acelerara. Comenzaba a agitar la pierna derecha con impaciencia. Todavía le quedaba casi una hora de trabajo: eran las 4:03 p. m.
Por una banda pasaban artefactos de plástico que Yolanda revisaba para asegurarse de que no tuvieran daños. Con manos fuertes acomodaba los armatostes para que la próxima máquina los pintara. Le picaban los ojos por el sudor que le corría desde la frente y se quedaba atrapado en la mascarilla que usaba como protección. El delineador se le corría cuando se secaba con la manga del uniforme. Agitaba aún más la pierna al pensar que tenía que volver a maquillarse, o por lo menos lavarse el rostro antes de la obra. 4:16 p. m.
El sonido de las máquinas era casi imperceptible para Yolanda. Su cuerpo era un elemento más en la producción, un punto ciego donde sus ojos y manos servían como enlace entre una máquina y la otra. Yolanda miró hacia arriba, a la luz blanca que les hacía olvidar el paso del tiempo, y a los ductos que escupían aire frío. Estiró los brazos hacia arriba y dejó salir un suspiro que hablaba por el cansancio de los años. 4:33 p. m.
“Yoly, la función comienza a las 6. ¡No llegues tarde! 😊” —le apareció un texto en la pantalla del reloj. De un golpecito apagó la pantalla. 4:37 p. m.
Esperando a que llegara el próximo pedazo de plástico que algún día formaría parte de un autobús, Yolanda se tronaba los dedos y repasaba sus líneas de memoria. “Y ahora, señores: la historia del hombre que se convirtió en perro…” 4:47 p. m.
“Yolanda, I need you to stay a little longer. The next shift is running late and we don’t want to stop the machine. Thank you!” —le dijo un hombre alto que sostenía una libreta y una sonrisa cuadrada de dientes blancos.
Yolanda sacudió la cabeza diciendo que no, pero no le salía ninguna palabra. El inglés colisionó con el español, y se quedó muda. 4:56 p. m.
—Sorry, I can’t. I need to go —le dijo Yolanda al hombre, que ahora le daba la espalda revisando la máquina de al lado. 4:57 p. m.
—What do you mean? We can’t turn off the machines. Please, you will make overtime. 4:58 p. m.
—¿Y yo para qué quiero overtime? Lo que quiero es irme. 4:59 p. m.
—Sorry, what?
—Nothing. Thank you. 5:01 p. m.