Fotografía: Diego Lozano
Mi nombre es Luis Ávila, soy un emigrante mexicano y resido en Phoenix, Arizona desde hace más de dos décadas. He hecho de los Estados Unidos mi hogar y le he dedicado gran parte de mi vida a la construcción de comunidad, país e identidad. Soy escritor, comunicador, y organizador comunitario. Me gusta el teatro, el cine, y bailar con los ojos cerrados.
Cuando llegué a Arizona, se vivía el comienzo de una ola anti-inmigrante que estamos viviendo hasta nuestros días. En la búsqueda de comunidad, me solidaricé pronto con defensores de los derechos del inmigrante, en su mayoría mexicanos y centroamericanos, que se reunían en iglesias, restaurantes y sindicatos en donde discutimos la situación y generamos acciones colectivas para luchar, para defendernos e imaginar un futuro distinto.
Esos días eran difíciles, nos despertábamos con la noticia de que el sheriff del condado había ejecutado una redada para detener inmigrantes en un negocio, y horas después la legislatura proponía la negación de servicios básicos del estado a personas indocumentadas. En el noticiero de la noche escuchábamos de ataques contra nuestra comunidad todos los días. “Un hombre fue agredido con ácido al rostro en una tienda del Valle…”. “Una mujer y su hija fueron asesinadas a manos de un miembro del grupo anti-inmigrante…”. Y por todas y cada una de esas historias, existían las historias de lucha. Hombres y mujeres que organizaron redes de apoyo en contra de las deportaciones. Familias que acogieron a inmigrantes sacados de hospitales. Estudiantes que se declararon en huelga en protesta a los ataques contra la comunidad… El odio era disputado con esperanza, con planificación.
Muchos nos sentíamos vencidos. Yo me visualizaba como un gato peleando boca arriba, vulnerable, tirando zarpazos a lo que pudiera, pero en clara desventaja. Las autoridades locales me detuvieron más de 10 veces para pedirme documentos, nos arrestaron en protestas, deportaron a miles de personas, y muchas más se fueron del estado. Fue en esos días que escuché por primera vez que la esperanza se practica. Era en un evento en las afueras de un centro de detención. Los miembros de una iglesia, en su mayoría personas que no hablaban español, cantaban canciones a los detenidos detrás de una cerca de alambre y púas. Los inmigrantes mostraban sus manos por las pequeñas ventanas, como diciendo, aquí estamos, los escuchamos. Lloré toda la noche, en un momento de tanto dolor, me sentía más inspirado que nunca, sentía una fuerza sobrehumana para seguir luchando.
La práctica de la esperanza es más fácil cuando estamos en comunidad. Lo dice la ciencia, lo dicen nuestras experiencias, y lo vivimos en nuestra cultura. Algo que sabemos como personas con raíces latinoamericanas, que cuando nos enfrentamos a cosas juntos, aún en nuestras imperfecciones y traumas, podemos salir adelante. Históricamente, las familias de origen latinoamericano no seguimos el modelo de familias nucleares o seres aislados que son comunes en sociedades como Estados Unidos. De dónde venimos muchos, las familias son extensas. Los abuelos, tíos y primos vivimos y solucionamos cosas juntos. Las amistades saben de nuestros retos, y se involucran, a veces a bien, a veces a mal, pero de manera comunal.
Saber que alguien te acompaña en un momento difícil, ya sea con palabras o acciones, tiene un gran valor. Durante los momentos más difíciles en Arizona, había muchísimas ideas malas. Algunas que hubieran podido hacernos daño, y otras que sólo después de ejecutarlas, años después, pudimos ver el daño a la comunidad inmigrante. Pero también había muchas ideas buenas. Ideas que nos ayudaron a encontrar la esperanza, a encontrar la luz. Ideas que nos llevaron a organizarnos, a luchar, a construir comunidad. Ideas que nos ayudaron a sanar.
En los últimos años me ha sido difícil practicar la esperanza. No se si sea la falta de intercambio genuino a la que las redes sociales nos han acostumbrado, pero como muchos, he vivido algunos de los años más difíciles desde la pandemia. La creciente desconexión de vínculos creados en otras etapas de la vida, la crisis de la mediana edad, Trump, las guerras, la intransigencia de colegas y amigos, la soledad.
Así que regreso a lo que he hecho muchas veces antes, a lanzar una nueva plataforma para intentar llenar un vacío, para compartir, colaborar, y crecer con otros. La Bella Práctica será un espacio de opinión y análisis, en el que escribiré reflexiones sobre lo que pasa en el mundo, o invitando a otros a que compartan lo que piensan desde sus propios mundos.
Mis intereses son amplios, desde los problemas sociales que enfrentamos en las comunidades Latinas de los Estados Unidos, hasta temas de identidad, cultura y política. Este no es un espacio de autoayuda en el que voy a impartir sabiduría o consejos, sino un espacio en donde puedo reflexionar lo que observo, y practicar la escritura.
Mi objetivo es compartir algo semanalmente, aunque sabemos que no siempre podemos cumplir con éste tipo de objetivos, así que produciré varios contenidos para tener un guardadito. Habrá veces en las que el momento me obligue a compartir más, y otras en las que compartiré menos, pero esta bella práctica, la de escribir y reflexionar, espero visitarla cada semana, hasta que lo deje de hacer.
Y tu, ¿cómo practicas la esperanza?. ¿Qué te ayuda a procesar los retos de nuestros días?.
Espero con ansias comenzar a compartir, y les agradezco de antemano su tiempo, su atención, cariño, y sus opiniones. Un abrazo fuerte, lo mejor hoy y siempre, y que sus vidas estén llenas de propósito, satisfacción, y ¡mucha alegría!
Espero que me acompañen en este viaje,
Luis Ávila
Vamos Campeón! Con todo 💪