Reimaginando el futuro
Del control a la participación: Reimaginando la política en Estados Unidos
Foto: Diego Lozano
Mi nombre es Luis Ávila y soy escritor. Cada semana practico la escritura y comparto mis opiniones a través de este boletín. Este texto es parte de una serie llamada "¿Por qué votar?", inspirada por la angustia de escuchar a tantos seres queridos decir que no quieren participar en las elecciones de este año.
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Cuando leí "Octavia’s Brood", una antología de Walidah Imarisha y adrienne maree brown, encontré una idea que me cambió la vida: todos los que trabajamos y deseamos un mundo distinto, un mundo más justo, somos creadores de ciencia ficción. Las editoras del libro afirman que al imaginarnos mundos que no existen, estamos creando ciencia ficción o narrativas especulativas, y que el trabajo de todos es cambiar el presente para hacer realidad ese futuro.
El mundo entero muestra señales de descontento y decepción. De diversas maneras, desde la izquierda y la derecha, personas marginadas están desafiando sistemas y, en algunos casos, controlándolos para hacer del futuro algo que refleje sus valores y deseos.
Un ejemplo de esto es el retroceso en los derechos reproductivos en Estados Unidos. En las últimas décadas, un grupo de conservadores, en su mayoría hombres, tomó el control de las cortes, ganando elecciones para asignar jueces que se opusieran al derecho de una persona a llevar a cabo un embarazo. Después de casi 50 años de la protección de Roe v. Wade, que permitía a las personas gestantes decidir sobre sus vidas, un grupo de hombres imaginó un mundo en el que la mujer o persona gestante no tuviera el derecho de escoger qué hacer con su cuerpo. Eligieron políticos que cargaron las cortes a su favor e hicieron su futuro realidad.
Y es que así ha sido siempre, estamos viviendo la imaginación de otros. Vivimos el resultado de una serie de ideas que un grupo tuvo para proteger y avanzar sus derechos. Uno de los ejemplos más claros es el sistema electoral estadounidense. Un sistema que inicialmente sólo permitía votar a los hombres blancos que tenían propiedades. Tras muchas batallas y vidas, se fue expandiendo a mujeres, personas Negras, comunidades Indígenas, etc. Un grupo de personas imaginó ser incluido en las decisiones y cambió el sistema para beneficiarlos. Pero en 2010, esto cambió drásticamente, el sistema se puso en venta, y pocos hablamos de ello.
Después de la elección de Barack Obama en 2009, algunos de los hombres más ricos de Estados Unidos, liderados por la familia Koch, se reunieron cerca de Palm Springs, en California, y crearon una estrategia que ha cambiado la democracia estadounidense. Decidieron juntar su dinero mediante pagos de cuotas anuales, como membresías, y diseñaron una estrategia de inversión para influir en los resultados electorales. Sabían que la última victoria de Bush por voto popular sería la última y que, en adelante, para mantener el poder, debían gobernar desde la minoría, manipulando el sistema electoral, las cortes, los medios y las asociaciones civiles.
Comenzaron eligiendo candidatos a quienes donar grandes sumas de dinero. También crearon organizaciones legales para defenderse en batallas judiciales. Y cuando las cortes respingaron y les dijeron que no podían comprar elecciones, demandaron y el tribunal supremo les dio la razón. Las grandes empresas podían hacer donaciones políticas, y los ricos podían donar de manera anónima. Lo que imaginaron en enero de 2009, lo lograron apenas un año después: legalizar que su dinero no limitara su influencia en las elecciones. Entrábamos en una nueva era.
Hasta entonces, la gran mayoría de los gastos de una campaña electoral eran absorbidos y administrados por los candidatos y los partidos. Por ejemplo, antes de 2010, la mayor parte de las actividades políticas de registro y educación al votante se llevaban a cabo desde los partidos políticos. Las donaciones eran públicas y, aunque los gastos eran grandes en comparación con otros países, no eran lo que son en 2024. Esta concentración de recursos obligaba a que la población se involucrara en los partidos y pudiera reclamar los valores o políticas que querían ver realizadas. Al final, los partidos son administrados por voluntarios elegidos, así que quién esté en estas mesas de poder importaba. Al mismo tiempo, los Koch y sus poderosos amigos no solo cambiaron el financiamiento de campañas, sino que avanzaron leyes para limitar el acceso al voto de algunas poblaciones, principalmente de bajos recursos y/o minorías raciales.
Dado que los recursos ya no se concentran en los partidos y los donantes no se muestran de manera transparente, ahora el dinero está por todos lados y es anónimo. Esta nueva ley abrió la puerta a la creación de una nueva industria: el nacimiento de asociaciones de personas muy ricas que pueden donar a organizaciones civiles para avanzar sus políticas y valores.
No solo la derecha se aprovechó de esta nueva ley. En la izquierda, millonarios y celebridades también crearon grupos de donadores y comenzaron a financiar el registro y movilización de votantes. Esta inyección de dinero cambió las dinámicas de poder y creó una industria en la que las inversiones dirigen gran parte de las agendas políticas. En 2008, los gastos de campaña llegaron a 5 mil millones de dólares, y para 2020, se rebasaron los 14 mil millones. Las elecciones están compradas, y muchos nos beneficiamos de ello.
Desde 2008, ha explotado la creación de organizaciones civiles. La última década ha visto el nacimiento de más de 2 mil ONGs para el registro y educación del voto. Muchas de estas agrupaciones son lideradas por personas de comunidades diversas, desde migrantes de distintas partes del mundo hasta grupos enfocados en temas específicos como la justicia ambiental y los derechos LGBTQ+. El flujo de recursos económicos a estas comunidades ha generado espacios para la creación de políticas públicas y la formación de instituciones que abordan temas importantes. En Florida, por ejemplo, mientras Trump ganaba las elecciones en 2016, una coalición de personas Negras y Latinas avanzó una ley de reforma del sistema penal. En Arizona, ese mismo año, una coalición liderada por hijos de migrantes mexicanos aprobó una enmienda para aumentar el salario mínimo. Estos grupos han utilizado estos nuevos recursos para avanzar en importantes temas que ayudan a las familias trabajadoras.
Sin embargo, también ha creado una gran dependencia a grandes fondos de inversión, convirtiendo temas de interés público en proyectos de vanidad para personas ricas. Un ejemplo, si una persona millonaria cree que una nueva herramienta digital es la solución a la erosionada participación democrática, invierte. Y los creadores de la herramienta, por su parte, reportan lo que haga sentir bien al donante, sin importar si realmente cambió la estructura social. Esta nueva manera de hacer política se parece a la satisfacción inmediata tan común en nuestros tiempos: invierto en lo que me hace sentir bien en este momento, pero no en lo que cambie radicalmente el sistema, ya que eso lleva tiempo, y da hueva.
Cada ciclo electoral, los ricos escogen a ganadores y perdedores, y las organizaciones y compañías como la mía hacemos un baile para ver cuánto dinero nos cae. Mientras la sociedad está decepcionada de sus instituciones, los ricos están a cargo del sistema, y vivimos bajo su imaginación.
Esta nueva realidad, en la que gran parte del cambio social depende de donantes y sus intereses, ha creado divisiones en sectores progresistas y de izquierda. La presencia de recursos y el hecho de que hay ganadores y perdedores genera una mentalidad de escasez. Esto nos convierte, consciente o inconscientemente, en protectores de nuestras responsabilidades con la institución o como líderes de una agrupación, impidiéndonos imaginar un mundo enraizado en la abundancia, uno creado colectivamente, enfrentando las dificultades de generar con otros nuevas realidades.
Como los recursos provienen de arriba y no se generan desde abajo, los incentivos se centran en el performance, la división y la persecución de objetos brillantes. Esto es similar a lo que hizo Cristóbal Colón al dar esferas de vidrio a los indígenas, distrayéndolos del cambio real que estaba ocurriendo y que llevaría a la división y al genocidio que conocemos.
En la derecha, los que inventaron esta nueva realidad siguen con su plan: dominar la política pública desde la minoría. ¿Cómo lo logran?
Disminuyendo la participación de las masas: En las últimas dos décadas, grupos conservadores han saturado las cortes con casos que han eliminado protecciones al voto de comunidades pobres, indígenas y negras.
Creando caos: Para que su estrategia funcione, la población general debe dejar de creer en las instituciones que protegen nuestros derechos. Ellos las utilizan cuando les conviene y las descartan como “inútiles” cuando no. Un ejemplo es cómo Trump ha sido encontrado culpable con un cargo criminal, pero lo desacreditan, mientras que las personas indocumentadas son “criminales” y la ley es la ley.
Manejando la opinión pública: Mientras estas reformas a las leyes electorales ocurrían, explotaron las redes sociales, utilizadas como herramientas de división, creando dudas, ideas conspirativas y un sentimiento de desesperanza para que la gente se rinda. Mucho del contenido creado desde y para las comunidades más pobres, es financiado por los mismos poderosos.
La pensadora Grace Lee Boggs dijo: “Ha llegado el momento de reimaginarlo todo… Tenemos que reimaginar la revolución y superar la protesta. Tenemos que pensar no solo en cambios en nuestras instituciones, sino en cambios en nosotros mismos.”
Y es que, aunque el sistema electoral parezca vendido, lo que estas nuevas leyes han permitido es que los poderosos puedan influirnos, que aceptemos lo que nos venden y no tengamos otra opción más que vivir los futuros que ellos están imaginando. Rendirnos y no participar es dejar que otros sigan usando este instrumento contra nosotros. Pero la idea de las mayorías, de que podamos unirnos para cambiar sistemas, todavía es una realidad, y sucede tanto en pequeñas juntas de directivas escolares como en grandes países.
No votar es terminar de entregar las llaves para que una minoría gobierne sobre nosotros. No votar es permitir que las leyes se sigan haciendo a favor de los poderosos y en contra nuestra. No votar es un acto de protesta, de satisfacción inmediata, pero no un acto revolucionario.
El sistema electoral estadounidense debe cambiar, y las políticas públicas para hacerlo son claras:
Participación Universal: No debería haber obstáculos para el registro del voto. Que todos estuvieran registrados universalmente y que la participación fuera obligatoria, como en muchos países del mundo, incluyendo más maneras para votar.
Eliminar la Influencia del Dinero: Reportar local y nacionalmente las fuentes de inversiones políticas y prohibir la inversión de capital de empresas o donantes anónimos.
Reformar los Límites Distritales: Eliminar la creación de distritos electorales basados en la ingeniería de partidos políticos. Esto hará que existan distritos competitivos y que nuestros representantes tengan incentivos para mejorar sus políticas e involucramiento con la sociedad que les eligió.
Campañas Más Cortas y Reguladas: En gran parte del mundo, las elecciones y lo que se dice en ellas están limitadas a un tiempo determinado y las comunicaciones son reguladas. En Estados Unidos, se busca la reelección todos los días del año, lo cual no permite gobernar sin un posicionamiento de campaña.
Estas son algunas de las muchas reformas que están a nuestro alcance. Tenemos que imaginarnos un mundo distinto y actuar en el presente para hacerlo realidad. Quedarnos fuera de la conversación solo hará que los poderosos y conservadores se adueñen del sistema, desde la minoría y sin nosotros.
¿Todavía tienes esperanza? ¿Crees que se pueda cambiar el sistema político?.
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