Foto: Diego Lozano
Desde hace unos años no hay ocasión en la que vea a alguna amistad y no me pregunten: “¿Estás saliendo con alguien?”. Es como si me vieran incompleto. En el mejor de los casos, sonrío y los actualizo. Pero en otras ocasiones, se convierte en un análisis de lo que estoy o no haciendo, de que ya es hora, de qué está mal.
Para mí, no hay nada de malo en estar soltero. De hecho, lo estoy disfrutando en este momento. Pero parece que a la sociedad en general le molesta ver a una persona sin pareja. Hace pensar que algo está mal con nosotros, que es algo que se tiene que arreglar.
En los últimos meses también ha surgido un debate acerca de aquellos que no tenemos familia. Hay quienes proponen que valemos menos, o que no estamos comprometidos con la sociedad en la que vivimos. Solo aquellos con hijos pueden definir el futuro. Tengo la certeza de que contribuyo y lucho por nuestra sociedad, incluso más que algunos con un equipo de fútbol como familia. Mi valor como ser humano no está atado a cuántos están atados a mí.
Pero esto no es una defensa de la soltería, sino una reflexión sobre la mía.
Para comenzar, ser una persona soltera a cualquier edad está bien, si es lo que queremos, o si es lo que las circunstancias nos ofrecen en ese momento. Yo soy de los que quieren tener pareja, y la crianza me ha interesado desde joven. De hecho, estoy explorando cómo lograrlo. Durante muchos años pensé que la única manera de tener una familia era emparejándome y procreando. Pero resulta que no. Desde hace mucho existe la adopción, y hace décadas que la ciencia también puede ayudar a las personas a engendrar. Aún no he decidido de qué manera, pero me gustaría criar infancias.
Sin embargo, la certeza y la responsabilidad de ser padre no es la misma que la de encontrar pareja. A los 42 años, encontrar el amor es un proceso muy distinto al de mi juventud, y eso trae oportunidades y retos.
Comencemos con el ambiente en el que me encuentro. De joven, la mayoría de mis conocidos eran solteros. En aquellos tiempos, nuestros entornos estaban llenos de posibilidades. La mayoría de las personas socializan con gente de su edad, y en la juventud somos muchos los solteros, muchos los ganosos, y tenemos mucho menos que perder. En el bacanal, algunos nos emparejamos. Ahora, gran parte de mis círculos están formados por gente con pareja, lo cual ha disminuido las posibilidades de conocer gente nueva que esté soltera. Si quiero expandir mi entorno, tengo que esforzarme más, además de cumplir con mis responsabilidades familiares, sociales y laborales. Esto requiere cambios en los lugares que frecuento, las actividades que realizo en mi tiempo libre, y hasta en cómo abordar una conversación con una persona nueva. Es interesante descrubir partes de mi personalidad, encontrar inseguridades que no existían en mi juventud, y también conocer las certezas de mi edad, esas que me dan confianza en quien soy.
De no tener pareja, me gusta la flexibilidad, la posibilidad de hacer lo que quiera cuando quiera. Pero entre más pasa el tiempo, hago menos cosas improvisadas y me interesa menos pasar tiempo fuera de casa. Así que la libertad de la soltería es menos relevante en estos días.
Al mismo tiempo, me gusta viajar, y lo hago seguido, a veces, la verdad, con el anhelo de conocer a alguien. Es una característica de mi soltería; me gusta imaginarme acompañado en el futuro. De hecho, en el último año me ha dado por comprar entradas para conciertos o experiencias para dos personas, aún sin saber si conoceré a alguien para entonces. Si llega la fecha y no hay nadie, invito a una persona que quiero mucho, y ya. A veces hasta lo disfruto a solas, con un asiento vacío al lado.
He estado tanto solo, que hay ocasiones en que me imagino siendo un fantasma en un cuarto lleno de gente. Puedo estar en un lugar mágico o hermoso, pero nadie me ve. Los solitarios en lugares públicos somos invisibles, seres vagantes que observan y murmuran, pero nomás.
La soledad también moldea nuestras personalidades. Paso mucho tiempo en la introspección, y eso me ha hecho más observador, más tranquilo. Por ejemplo, estoy aprendiendo a disfrutar de mi compañía, a no ver la soledad como un déficit, sino como una necesidad, algo que me ha ayudado a sanar, a contemplarme y notar comportamientos dañinos o saludables. Aunque no quiero que la soledad sea permanente, de momento creo que me ayuda a ser una mejor persona para quien venga.
Desde chico tuve la facilidad para conectar con otros, y muchos se sorprenden cuando les digo que ahora me cuesta más trabajo hacerlo. Conectar con otros es una habilidad que enciendo, como la luz interior de un auto. Esa luz la he tenido encendida por mucho tiempo, pero no la puedo dejar alumbrando para siempre porque se me descarga la batería. Ahora, la enciendo cuando lo necesito, y me recargo más seguido pasando tiempo solo, leyendo, escribiendo y conectando con gente que ya conozco y extraño. Es como un capullo que me protege, pero en el que no puedo quedarme para siempre si quiero encontrar el amor. Amar es riesgo, rechazo y hasta fricción.
bell hooks dice que uno no se enamora, de hecho, que escogemos amar. En su libro “All About Love” reflexiona sobre la frase en inglés “when we fall in love”. hooks ofrece que amar no es un acto del que no tenemos agencia ni control, no caemos pues. Explica que las películas, la música, y otras expresiones artísticas, han descrito enamorarse como algo que nos sucede sin poder evitarlo. Algo que justifica no ponerle atención a ciertos sentimientos, o no hacernos responsables de nuestras acciones. Por ejemplo, hay veces que nuestro instinto y nuestro cuerpo nos dicen, ¡NO, por ahí no! cuando conocemos a alguien, y nosotros, porque estamos “enamorados”, nos clavamos hasta rompernos los dientes. Su argumento es que si pensamos en el amor como algo que escogemos, a lo que le ponemos atención, entonces tenemos que saber lo que queremos y lo que nos falta, y solo así podemos entonces amar.
hooks nos comparte que para saber qué es el amor, tenemos que definirlo. Ella rechaza describirlo como un acto de posesión o deseo, y lo define como la voluntad mutua de que uno y el otro sean y deseen la mejor versión de sí mismos.
Yo siento que estoy escogiendo amar en esta temporada de mi vida. Sé que quiero compañía, alguien con quien pueda construir una vida llena de comprensión, apoyo, apapacho, pero estoy más interesado en amar y sentirme amado que en encontrar una pareja. Eso quiere decir que no tengo prisa por estar emparejado, sino que al escoger amar, estoy conociendo personas nuevas y, primordialmente, conociéndome a mí mismo. Me estoy tomando el tiempo de ser un ser imperfecto, aunque consciente al conocer personas nuevas, y últimamente he adquirido la confianza de que soy una persona digna de ser amada, y que soy una persona amorosa también, y quien quiera que sea, seremos muy suertudos de tenernos.
Ser un hombre soltero a mi edad agrega otro nivel de escrutinio. Mis amigos hombres a menudo me preguntan si le estoy dando vuelo a la hilacha, como decimos en México. Si estoy aprovechando la soltería para vincularme sexualmente con quien se me atraviese. No tiene nada de malo ser una persona activa sexualmente; hecho de manera ética, con consenso entre las personas involucradas, transparencia y respeto mutuo, es de hecho algo necesario para aquellos que gustamos de expresarnos sexualmente. El erotismo puede ser un catalizador de cómo uno se relaciona con otros, pero no siempre es una señal de amor.
En nuestra cultura machista, un hombre que no ve la sexualidad como la primordial manera de vincularse con otra persona no es suficientemente hombre. Nuestra masculinidad es equiparada con la actividad sexual que tengamos. Nuestra virilidad y hombría se miden por los avances en un encuentro. Y como muchos necesitamos sentirnos valorados por el otro para sentirnos amados, pensamos que la intimidad sexual es la única manera de amar.
Desde adolescente he visto la sexualidad como un acto de expresión y placer, y no como un pacto social de lo que se debe o puede hacer. Veo la sexualidad como una posibilidad de libertad, no como una camisa de fuerza. Por ejemplo, no me apena ni me asusta pensar que un hombre podría ser mi pareja. He conectado sentimentalmente con hombres en el pasado, he salido a citas y tenido intimidad con personas que se identifican como mujeres, hombres y aquellas que prefieren no elegir. Así que limitarme a decir que solo pueden ser mujeres de cierta altura, medida, o raza, me es difícil. La atracción física para mí solo es parte de la fórmula, pero no la receta completa. Y a mí siempre me ha parecido que la belleza y el erotismo viven en todos, no solo en el sexo opuesto a mí.
Estar con alguien a esta edad requiere una conciencia que no conocía en mi juventud. En aquel entonces, me costaba decir lo que quería y, a veces, me quedaba en relaciones solo por no terminarlas, por no hacerle daño a alguien. Ahora, pongo las cartas sobre la mesa desde el principio: lo que puedo ofrecer, lo que estoy buscando, lo que significa vivir en libertad y en una relación saludable. Esta claridad ayuda a la otra persona y a mí a enfocarnos únicamente en conocernos, en disfrutar la abundancia de quienes somos y en explorar las orillas de nuestro ser. Estoy disfrutando esta temporada, y ya no siento culpa de vivirla.
Cuando imagino mi vejez, solo veo dos posibilidades. En una, me veo en una mesa grande, con una familia a mi alrededor—engendrados y reclutados—personas que sonríen y comparten. En esta realidad, me veo anciano, sonriendo y orgulloso de ser parte de un grupo de personas justas y dignas. En la otra realidad, me veo en un bar de día, un anciano sentado en la barra, hablando con extraños y bailando con una sonrisa grande, celebrando la felicidad de la casualidad, siendo apapachado por amistades y desconocidos.
En ambas posibilidades me veo feliz, aunque con vínculos distintos, y así es como quiero vivir: feliz y amado.
No sé cuánto tiempo estaré soltero, pero por ahora no me siento incompleto. Estoy disfrutando conocer nuevas personas y comunicar mis deseos e inseguridades. Ahora sé que merezco ser amado y que también tengo la capacidad de amar. Esta seguridad me da confianza en mi futuro y me permite vivir sin la necesidad de cumplir con las expectativas ajenas. En estos días de liberación, no hay una única manera de vivir; cuantas más expresiones haya de quienes somos, más auténticamente viviremos. Me siento libre y estoy listo para ser amado y amar así.