Daumier, Honoré. Le Drame. c.1860, Museo de Orsay, París.
Hace unos días presentamos una lectura escenificada en Phoenix con un grupo de voluntarios comprometidos con la promoción de la cultura y el arte en la ciudad. De manera colectiva, escogimos Historias para ser contadas, del dramaturgo argentino Osvaldo Dragún, y decidimos llevarla a escena con solo cuatro ensayos.
De esos cuatro encuentros, solo uno fue realmente un ensayo. Algunos imprevistos nos impidieron trabajar con el elenco completo en los días previos, así que la noche anterior a la presentación hicimos la primera lectura completa del guion. “Diviértanse, el teatro se hace sin estrés y desde la libertad”, les dije horas antes de la función, tanto para recordármelo como para transmitirles confianza. Sentía que no estábamos del todo preparados, pero incluso aún si hubiéramos seguido nuestro plan, siempre nos habría hecho falta un ensayo más.
He trabajado en teatro desde la adolescencia, en producciones grandes y pequeñas, y siempre he sentido lo mismo: si tan solo pudiéramos tener un ensayo más. De contar con la posibilidad de mejorar algo que todavía puede madurar, de acercarlo más al ideal que tenemos del proyecto. Así es tomar riesgos en la creación. Quienes damos forma a lo que verá el otro notamos sus imperfecciones con claridad y sabemos que el tiempo podría ayudarnos a corregirlas o, si así lo queremos, a incorporarlas como parte de la expresión. La verdad es que el tiempo nunca es suficiente para alcanzar la perfección. Esta es una quimera, y lo mejor que podemos hacer es acercarnos lo más posible, sabiendo que nunca llegaremos a ella. Porque si alguna vez creemos haberla alcanzado, la rigidez de esa certeza nos petrificará, despojándonos de nuestra humanidad.
El grupo de actores y el equipo de producción hicieron un gran esfuerzo. A pesar de los retos en la preparación, después de la presentación compartimos el orgullo de haber compartido esa experiencia. Algunos nos atrevimos a explorar lo desconocido: unos cantaron, se volvieron perros, monos, niños. Otros iluminaron el escenario y dieron forma a la utilería. Yo dirigí con la intención de fluir sin estrés, desde el gozo, sin permitir que el agobio me atrapara.
La próxima semana se cumple un año desde que comencé a escribir en Substack. Después de trabajar en la documentación y el bosquejo de un par de proyectos narrativos, creé La Bella Práctica como un espacio de expresión, un intento de hablarle a aquellos que vivimos en los Estados Unidos y creamos en español. He aprendido mucho: sobre mis habilidades y mis retos como escritor, del ritmo repetitivo con el que suelo formular enunciados y mis limitaciones en el manejo del lenguaje. También he ganado una nueva confianza: la certeza de conocer mi voz y de que esta será suficiente para contar las historias que quiero compartir con el mundo. Y, sin preverlo, muchos se me han acercado para compartir su interés en escribir y atreverse a hacerlo.
Estoy entrando a una nueva etapa en mis proyectos narrativos que requieren más de mi tiempo. En los próximos meses me dedicaré a terminar sus primeras versiones, por lo que publicaré con menos frecuencia en este medio. La Bella Práctica ha servido y seguirá sirviendo su cometido: ser un espacio para practicar la escritura y la opinión. Pero mis demandas de tiempo serán distintas, y quiero publicar desde la necesidad de procesar algo, no desde la obligación de cumplir con una fecha. Así que, en vez de publicar cada semana, lo haré cuando pueda, e invitaré a otros a que también publiquen aquí.
Como se acerca el primer aniversario de esta plataforma, decidí releer el primer texto que compartí en La Bella Práctica para ver si he seguido los compromisos que describí entonces. Se me ocurrió compartirles una versión actualizada que, ahora me doy cuenta, resuena como un eco en lo que he escrito durante el año. Revisitar ese primer intento también sirve como un recordatorio del compromiso original de La Bella Práctica.
Les agradezco mucho por leerme, por compartir sus pensamientos y por su apoyo constante. En especial, quiero agradecer a los suscriptores de pago, porque gracias a su apoyo económico he podido inscribirme en cursos y cubrir costos de viajes a conferencias y talleres para escritores. Les prometo que en unas semanas recibirán un pequeño regalo de mi parte.
Podría escribir todas las semanas y usar la práctica como una excusa para postergar la finalización de mis proyectos, pero, como en el teatro, nunca voy a llegar al ideal. Es momento de montar mi obra, de presentarla, sin un ensayo más.
Presentando la Bella Práctica
Mi nombre es Luis Ávila. Soy un emigrante mexicano y resido en Phoenix, Arizona, desde hace más de dos décadas. He hecho de los Estados Unidos mi hogar y he dedicado gran parte de mi vida a la construcción de comunidad, identidad y país. Soy escritor, comunicador y organizador comunitario. Me gusta el teatro, el cine y bailar con los ojos cerrados.
Cuando llegué a Arizona, comenzaba una ola antiinmigrante que persiste hasta nuestros días. En mi búsqueda de comunidad, me solidaricé con defensores de los derechos de los inmigrantes, en su mayoría mexicanos y centroamericanos, que se reunían en iglesias, restaurantes y sindicatos. Juntos, discutíamos la situación y generábamos acciones colectivas para luchar y protegernos.
Esos días eran difíciles. Nos despertábamos con la noticia de que el sheriff del condado había ejecutado una redada para detener inmigrantes en un negocio y, horas después, la legislatura proponía negar servicios básicos del estado a personas indocumentadas. En el noticiero de la noche, escuchábamos a diario sobre ataques contra nuestra comunidad: “Un hombre fue atacado con ácido en el rostro en una tienda del Valle…”. “Una mujer y su hija fueron asesinadas por un miembro de un grupo antiinmigrante…”.
Pero por cada una de esas historias de violencia, también existían historias de lucha. Hombres y mujeres que organizaron redes de apoyo contra las deportaciones. Familias que acogieron a inmigrantes expulsados de hospitales. Estudiantes que se declararon en huelga en protesta por los ataques contra la comunidad. El odio era enfrentado con esperanza y planificación.
La práctica de la esperanza es más fácil cuando estamos en comunidad. Lo dice la ciencia, lo confirman nuestras experiencias y lo vivimos en nuestra cultura. Como personas con raíces latinoamericanas, sabemos que cuando enfrentamos las dificultades juntos, incluso con nuestras imperfecciones y traumas, podemos salir adelante.
Aunque cada vez menos, históricamente las familias Latinoamericanas no hemos seguido el modelo de familia nuclear ni el de individuos aislados, algo habitual en sociedades como la de Estados Unidos. En nuestros países de origen, las familias son extensas: abuelos, tíos y primos vivimos y resolvemos problemas juntos. Las amistades conocen nuestros retos y se involucran, a veces para bien, a veces empeorando las cosas, pero siempre con un sentido comunal.
Saber que alguien te acompaña en un momento difícil, ya sea con palabras o acciones, tiene un valor inmenso. Durante los tiempos más duros en Arizona, surgieron muchas ideas equivocadas. Algunas pudieron habernos lastimado, y otras, solo con el paso de los años, comprendimos el daño que causaron a la comunidad inmigrante. Pero también hubo muchas ideas poderosas. Ideas que nos ayudaron a encontrar esperanza, a ver la luz. Ideas que nos impulsaron a organizarnos, a luchar, a construir comunidad. Ideas que nos ayudaron a sanar.
En los últimos años, me ha sido difícil practicar la esperanza. No sé si se deba a la falta de intercambio genuino a la que las redes sociales nos han acostumbrado, pero, como muchos, he vivido algunos de mis años más difíciles desde la pandemia. La creciente desconexión con vínculos creados en otras etapas de la vida, la crisis de la mediana edad, Trump, las guerras, la intransigencia de colegas y amigos, la soledad.
Por eso regreso a lo que he hecho muchas veces antes: lanzar una plataforma para intentar llenar un vacío, para compartir y acompañar, colaborar y crecer con otros. La Bella Práctica es un espacio de opinión y análisis, donde escribo reflexiones sobre lo que sucede en el mundo o invito a otros a compartir lo que piensan desde sus propios mundos.
Mis intereses son amplios, desde los problemas sociales que enfrentan las comunidades Latinas en los Estados Unidos hasta temas de identidad, cultura y política. Este no es un espacio de autoayuda donde imparto sabiduría o consejos, sino un lugar para reflexionar sobre lo que observo y practicar la escritura. Publico cada vez que puedo, pero procuraré hacerlo cada par de semanas.
Y tú, ¿cómo practicas la esperanza? ¿Qué te ayuda a procesar los retos de nuestros días?
Espero que se animen a compartir. Yo me comprometo a editar, traducir o simplemente promover su trabajo. Les agradezco de antemano su tiempo, atención, cariño y opiniones.
Un fuerte abrazo y ¡nos leemos pronto!